Aparece hoy en Público una nota sobre Peter Greenaway y su peculiar concepción del cine. Debo admitir que todos aquellos que hablan de la “muerte del cine” (o de la novela, o de la música) me resultan aburridos, personas con afán de protagonismo (al margen de su calidad artística, muy variable) que encuentran en esa discusión inútil un lugar en los medios.
Hace un tiempo intenté ver una película de Greenaway –El cocinero, el ladrón, la mujer y su amante– y desistí a mitad. Era aburrida. Por muchas herramientas que el director usase con maestría –creo recordar que eran unas cuantas, y algunas incluso me gustaron–, la película no logró mantenerme en el sillón. Así que cuando leo su nombre suelo ponerme a la defensiva.
Sin embargo el artículo de hoy me ha suscitado una inquietud. Cito:
“Scorsese está pasado de moda y hace las mismas películas que D.W. Griffith a principios del siglo XX. Y El Señor de los Anillos y Harry Potter no son películas, sino libros ilustrados. El cine se basa en la novela del siglo XIX. Todavía estamos ilustrando a Jane Austen, ¡qué desperdicio de tiempo!”.
El autor del artículo termina:
“Hay que acabar con una idea fosilizada: que el cine es, obligatoriamente, narrativo. Una barbaridad similar a decir que un libro sólo puede ser novela, o un cuadro sólo realista”.
Da que pensar.
Realmente el 99% de las películas que usualmente vemos son puramente narrativas. Todas cuentan una historia. Todas tienen unos personajes definidos, un metraje estándar, un comienzo, un nudo y un desenlace. Aquellas que se salen del guión, aquellas en que lo importante no es el argumento (estoy pensando, por ejemplo, en 2001: una odisea en el espacio) son aceptadas con dificultad por el gran público.
Surge una pregunta: ¿Es realmente cine?
Sin ánimo de sentar cátedra se me ocurre que lo único que hemos hecho es utilizar un medio distinto. En lugar de papel y tinta, usamos imágenes; en vez pasar páginas, mantenemos abiertos los ojos ante un pantalla. El fin es el mismo: asimilar una historia.
Otra pregunta: ¿y si el verdadero cine aún no hubiera comenzado?
David Lynch presentó hace unos meses Inland Empire, una película que desató la furia de los críticos más tradicionales. Otros han escrito:
“Posiblemente se trata de la propuesta más radical y contundente, la mayor aventura visual y conceptual que ha llegado a nuestras pantallas en años”.
Quizá el cine-medio nació hace un siglo y el cine-arte lo esté naciendo ahora. Al fin y al cabo, la invención de la tinta y el papel no asegura la escritura de novelas.
Hace un tiempo intenté ver una película de Greenaway –El cocinero, el ladrón, la mujer y su amante– y desistí a mitad. Era aburrida. Por muchas herramientas que el director usase con maestría –creo recordar que eran unas cuantas, y algunas incluso me gustaron–, la película no logró mantenerme en el sillón. Así que cuando leo su nombre suelo ponerme a la defensiva.
Sin embargo el artículo de hoy me ha suscitado una inquietud. Cito:
“Scorsese está pasado de moda y hace las mismas películas que D.W. Griffith a principios del siglo XX. Y El Señor de los Anillos y Harry Potter no son películas, sino libros ilustrados. El cine se basa en la novela del siglo XIX. Todavía estamos ilustrando a Jane Austen, ¡qué desperdicio de tiempo!”.
El autor del artículo termina:
“Hay que acabar con una idea fosilizada: que el cine es, obligatoriamente, narrativo. Una barbaridad similar a decir que un libro sólo puede ser novela, o un cuadro sólo realista”.
Da que pensar.
Realmente el 99% de las películas que usualmente vemos son puramente narrativas. Todas cuentan una historia. Todas tienen unos personajes definidos, un metraje estándar, un comienzo, un nudo y un desenlace. Aquellas que se salen del guión, aquellas en que lo importante no es el argumento (estoy pensando, por ejemplo, en 2001: una odisea en el espacio) son aceptadas con dificultad por el gran público.
Surge una pregunta: ¿Es realmente cine?
Sin ánimo de sentar cátedra se me ocurre que lo único que hemos hecho es utilizar un medio distinto. En lugar de papel y tinta, usamos imágenes; en vez pasar páginas, mantenemos abiertos los ojos ante un pantalla. El fin es el mismo: asimilar una historia.
Otra pregunta: ¿y si el verdadero cine aún no hubiera comenzado?
David Lynch presentó hace unos meses Inland Empire, una película que desató la furia de los críticos más tradicionales. Otros han escrito:
“Posiblemente se trata de la propuesta más radical y contundente, la mayor aventura visual y conceptual que ha llegado a nuestras pantallas en años”.
Quizá el cine-medio nació hace un siglo y el cine-arte lo esté naciendo ahora. Al fin y al cabo, la invención de la tinta y el papel no asegura la escritura de novelas.
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