En las últimas semanas, los ciudadanos hemos sido testigos de lo que algunos medios de comunicación consideran una “ola de violencia racista”. Las patadas a una joven en el metro de Barcelona, la paliza a un colombiano en Madrid y la manfestación xenófoba organizada por el partido ultraderechista Democracia Nacional del pasado domingo –que se saldó con un muerto– pueden inducir a pensar que “algo está pasando”.
Sin embargo, es de temer que estos actos no sean tan inusuales como se piensa. Si ninguna cámara hubiera grabado al energúmeno que pegaba patadas a una joven al tiempo que hablaba con el móvil posiblemente no nos habríamos enterado de la agresión. Apenas unas semanas más tarde, un colombiano era apaleado al grito de “Viva España”; fue la reacción de los medios ante lo sucedido en el metro lo que le animó a denunciar a sus agresores. La presencia de una cámara de videovigilancia ha abierto el debate: pero sin esa cámara los actos xenófobos también habrían existido.
Mal que nos pese, la xenofobia (el miedo al extranjero) es una reacción natural, una forma ancestral de supervivencia. El problema es que en pleno siglo XXI aún hay quienes la practican.
Todos aquellos que sostienen que la inmigración sólo trae delincuencia, que los extranjeros roban el trabajo a los españoles, que bajan el nivel de exigencia en las escuelas y demás tópicos deberían ver una película llamada “Un franco, catorce pesetas”. Quizá así recordaran –o aprendieran– que no hace mucho éramos los españoles los que teníamos que buscarnos la vida fuera de nuestras fronteras.
De acuerdo con el Instituto Español de Emigración un millón de españoles emigraron a otras naciones entre 1959 y 1973. Habrá quien opine que entonces iban a Alemania o Suiza con contratos de trabajo; no es del todo cierto: también había muchos que entraban como turistas y se quedaban durante años.
En Suiza, los españoles encontraron trabajo en actividades como la construcción, y sus hijos con frecuencia recibían educación en escuelas dedicadas a menores con dificultades de aprendizaje, pues la diferencia lingüística y la brecha cultural complicaban la integración. Cambiemos los tiempos y los países y tendremos un resumen de la situacón actual.
Cada vez que alguien dice que los inmigrantes quitan el trabajo a los españoles, pienso en el tipo de trabajo que “nos roban”: albañiles, basureros, teleoperadores... En las obras de las carreteras, cada vez hay más trabajadores del mismo color de piel que el alquitrán. El encargado, eso sí, suele tener otro color.
Me pregunto cuántos profesores, médicos, abogados, ingenieros o periodistas proceden de Marruecos, de Colombia, de Rumanía. Me temo que no muchos. ¿Y cuántos directivos de empresas son inmigrantes? Alguno hay, aunque no solemos llamarlos así: un alemán no es un inmigrante, un estadounidense no es un inmigrante.
Democracia Nacional utiliza una campaña publicitaria en la que se ven tres ovejas blancas y una negra, que recibe una patada de su compañera. El lema es: “Compórtate o lárgate”. Lo que no entienden estos racistas es que en la actualidad ellos son la oveja negra.
De acuerdo con el Instituto Español de Emigración un millón de españoles emigraron a otras naciones entre 1959 y 1973. Habrá quien opine que entonces iban a Alemania o Suiza con contratos de trabajo; no es del todo cierto: también había muchos que entraban como turistas y se quedaban durante años.
En Suiza, los españoles encontraron trabajo en actividades como la construcción, y sus hijos con frecuencia recibían educación en escuelas dedicadas a menores con dificultades de aprendizaje, pues la diferencia lingüística y la brecha cultural complicaban la integración. Cambiemos los tiempos y los países y tendremos un resumen de la situacón actual.
Cada vez que alguien dice que los inmigrantes quitan el trabajo a los españoles, pienso en el tipo de trabajo que “nos roban”: albañiles, basureros, teleoperadores... En las obras de las carreteras, cada vez hay más trabajadores del mismo color de piel que el alquitrán. El encargado, eso sí, suele tener otro color.
Me pregunto cuántos profesores, médicos, abogados, ingenieros o periodistas proceden de Marruecos, de Colombia, de Rumanía. Me temo que no muchos. ¿Y cuántos directivos de empresas son inmigrantes? Alguno hay, aunque no solemos llamarlos así: un alemán no es un inmigrante, un estadounidense no es un inmigrante.
Democracia Nacional utiliza una campaña publicitaria en la que se ven tres ovejas blancas y una negra, que recibe una patada de su compañera. El lema es: “Compórtate o lárgate”. Lo que no entienden estos racistas es que en la actualidad ellos son la oveja negra.
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