Bruce Springsteen está mayor: es un hecho. Pero aún más lo están los miembros de la E Street Band. Es una pena. La que fuera la máquina más precisa y potente del rock empieza a convertirse en leyenda. Atrás quedan los conciertos de 3 horas, los saltos en el escenario, las bromas, el fervor del público ondeando los brazos al son de Born to run. Ahora –pero no es poco– la banda consigue mantenerse en pie durante dos horas y cuarto; apenas se hacen gestos entre ellos, no los necesitan; y han cambiado fuerza por perfección.
Esta era la gira de presentación de Magic, el último album de la banda, elogiado hasta el hastío. Y elogiado en exceso, porque si en una primera escucha parece que el Boss ha resucitado de sus cenizas y olvidado sus veleidades folk (por otra parte muy notables, ahí está We shall overcome para probarlo), regalando una buena dosis de rock and roll, con el tiempo se descubre que éste quizá sea su peor disco desde Human touch. Por lo general, las canciones de Springsteen suenan mejor en directo que en estudio; no es el caso en Magic. Así, los momentos más flojos del especáculo fueron aquellos en los que la banda interpretaba temas de este nuevo disco (a pesar de la buena recepción del público).
Porque las 15 mil personas que llenaban el Palacio de los Deportes de Madrid, eso sí, estaban encantadas. Desde los primeros acordes no pararon de saltar, cantar y gritar. Y consiguieron, pancarta mediante, que sonase uno de los himnos de Springsteen, Thunder road, poco frecuente en esta gira (de hecho, la noche siguiente no la tocó en Bilbao).
Lo mejor de concierto, sin duda alguna, fueron los temas “oscuros”, como Candy's room (en la que la batería era una verdadera metralleta), Darkness on the edge of town (quizá la canción donde la voz de Springsteen estuvo más inspirada), Reason to believe (reconvertida en un magnífico blues distorsionado) y, por supuesto, la eterna Badlands (momento que el público eligió para entregarse al cien por cien). En cambio, canciones que en el año 2003 sonaban con fuerza como The rising o Lonesome day (recuerdo la vibración del suelo del Palau Sant Jordi) aquí estaban simplemente correctas, sin energía.
Lo mismo sucedió en los bises. Springsteen y su banda interpretaron 3 de la joyas de la corona (faltó Born in the USA, pero hace ya 4 años que no la toca) y el público lo agradeció cantando cada verso y moviendo los brazos como siempre ha hecho, pero no era lo mismo. El final del concierto de Barcelona en octubre de 2002 o el de Gijón en 2003 fueron mucho más emotivos que el del domingo.
La causa no puede recaer sólo en el Boss, pues en la gira anterior demostró una energía y una imaginación difíciles de igualar después de 35 años en la carretera. Pero entonces le acompañaban otros músicos, la Seeger Sessions Band, bastante más jóvenes. Por mucho cariño que tengamos a Clarence Clemmons o Steve van Zandt, lo cierto es que su mejor momento ya pasó (sobre todo para Clarence, visiblemente desmejorado). Los únicos que aún mantienen el tipo son Max Weinberg, batería, y Roy Bittan, piano.
De todas formas, hay que recordar que la primera parte de la gira siempre es más floja. Springsteen está más pendiente de vender las nuevas canciones que de disfrutar de la música. Seguro que el concierto del Nou Camp el próximo 19 de julio será muy distinto.
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