23 noviembre 2007

El octavo arte

Contar historias. Es lo que el ser humano lleva haciendo miles de años. En el principio, al poco de nacer el lenguaje, quizá fuera una madre que hablaba a su hijo, muerto de miedo en la caverna; o un hombre con una herida el el brazo, que relataba a su tribu cómo había cazado al animal que en ese momento devoraban. Seguramente entonces nació la ficción. El hombre no se limita a decir lo que pasó, inventa. Aguno de estos relatos crece y crece en detalles y acontecimientos que nunca existieron (a pincipio habría sólo un león, desués ya serían tres) y toman poso en la tribu. Después de muerto se siguen contando al calor del fuego, un modo (entonces) original y (siempre) terapéutico de acabar el día.

Mucho tiempo despúes, a principios del siglo XXI, la humanidad cree que comienza a cansarse de contar historias. Se habla de crisis de la novela, del teatro, la narración oral está muerta, la ópera petrificada. ¿Ha muerto el arte de contar historias? Para nada.


six feet under


Lo que sucede es que la palabra ha dejado paso a la imagen; el papel y la tinta a los píxeles; las bibliotecas y teatros a las pantallas de los ordenadores. Cambian los medios, pero seguimos necesitando la ficción. Sin ella, no podríamos vivir. ¿Hasta qué punto nos será necesaria que incluso las noticias, la información diaria que tiene como obligación ser veraz y precisa, se acercan cada vez más al etretenimiento, se maquillan y se narran, se narran, com si fueran relatos breves?

Shakespeare, Dickens, Homero, Tolstoi, HG Wells, Cervantes, todos se han mutado en guionistas y directores de series de televisión. “No es para tanto” dirán algunos; “hay series muy malas”. Sí, también hay miles de malos novelistas y autres de teatro. Al final, sobreviven unos pocos. Lo mismo que sucederá con las series de televisión.

Debemos empezar a pensar –y yo el primero– en la televisión no como un ente que abotorga los sentidos y pervierte a los jóvenes; sin como un instrumento a través del cual el artista puede crear. Con papel y tinta se escribieron las sentencias de la Inquisición, el Mein Kampf, o los infames y falsos Protocolos de los Sabios de Sión; también en papel se plasmaron las dudas y las decisiones de Hamlet, la lujuriosa soledad de Ana Ozores o el angustiosa tranformación de Gregor Samsa. Así, la pantalla de la televisión nos ha ofrecido entrevistas vergonzosas, reality shows degradantes, programas alienantes y ambaucadores; pero también, desde hace un tiempo, podemos disfrutar de la mejor ficción creada en lo que va de siglo.


sopranos


El estudio de la familia actual está perfectamente descrita en A dos metros bajo tierra. Las entrañas del poder y la toma de decisiones en Estados Unidos tienen su reflejo en El Ala Oeste de la Casablanca. El New York Times describió Los Soprano como la Gran novela Americana, ésa que ni Hemingway ni Scott fitzgerald ni Mailer consiguieron, pese a su intento, escribir. Quien quiera conocer el funcionamiento de los buenos programas de televisión sólo tiene que ver Studio 60.

Ninguna de estas obras de arte tiene nada que envidiar a muchas novelas.

Recordenos que no siempre la literatura ha sido considerada Arte; también al cine le costó un tiempo ser respetado; ahora las series de televisión comienzan a despuntar y preparan su carrera para ser coronadas el octavo arte.

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