Durante el mes de octubre he releído los dos primeros volúmenes de Tu sombra mañana –la última y mejor novela de Javier Marías– y he leído por primera vez el tomo que la cierra, Veneno y sombra y adiós. Una vez completada, puedo decir –aunque esto no sorprenderá a quienes conoce mis gustos literarios– que es su mejor novela, y una de las mejores en español de los últimos años.
Siempre digo que los mejores libros son aquellos que cuesta resumir su argumento; aquellos en los que la historia es lo secundario. Tu rostro mañana está narrada por un viejo conocido de los lectores de Marías. Era el potagonista de Todas las almas, allí sin nombre y aquí con multitud de ellos: Jacques, Jaime o Jacobo Deza. A lo largo de 1600 páginas, Deza relata fragmentos sueltos de su estancia en Londres, al servicio de una sección desconocida de los servicios secretos ingleses; antes de terminar la novela viaja a Madrid para unas vacaciones, y a su regreso a Londres decide abandonar el trabajo y “volver a casa”.
Eso es todo. Suficiente para un autor que sabe cómo dilatar una escena hasta el infinito, que se muestra especialmente hábil en el arte de la procrastinación, obligando al lector a avanzar más de mil páginas para averiguar el origen de una mancha de sangre en el suelo.
Pero si el argumento no es vital, sí lo son las múltiples digresiones del protagonista. Cualquier excusa es buena para reflexionar, para practicar lo que el autor ha denominado “pensamiento literario”, para recordar la historia, la que cuentan los libros y la que cuentan las personas (tremendos los capítulos en que el protagonista da la palabra a su padre, trasunto del filósofo Javier Marías). Son la esencia de la novela.
Es de sobras conocida la afición de Javer Marías a construir sus frases de un modo poco usual. Aquí esta técnica está plenamente justificada. Sus frases tienen ritmo, cadencia: en algunos casos, podrían pasar por poemas en prosa. Hay multitud de expresiones que el autor repite a lo largo de la obra casi como un mantra. De no poseer una cultura literaria elevada es difícil discernir si son citas propias o robadas a otros autores (algunas sí se sabe, él las revela), o inluso citas robadas y modificadas a su antojo. En cualquier caso es grato leer las mismas expresiones una y otra vez, usadas en diferentes contextos.
En la novela hay lugar para el horror (las cintas de vídeo que le obligan a ver al principio del tercer tomo), para el humor (todas las páginas en las que aparece un español chulesco y estúpido) y para el sexo (la escena de amor entre el potagoista y su compañera de trabajo está escrita, difícil tarea, de una forma muy elegante)
Sólo una pega: le sobra un centenar de páginas (no más). Pero ya se sabe, a todas las Grandes Novelas le sobran.
Siempre digo que los mejores libros son aquellos que cuesta resumir su argumento; aquellos en los que la historia es lo secundario. Tu rostro mañana está narrada por un viejo conocido de los lectores de Marías. Era el potagonista de Todas las almas, allí sin nombre y aquí con multitud de ellos: Jacques, Jaime o Jacobo Deza. A lo largo de 1600 páginas, Deza relata fragmentos sueltos de su estancia en Londres, al servicio de una sección desconocida de los servicios secretos ingleses; antes de terminar la novela viaja a Madrid para unas vacaciones, y a su regreso a Londres decide abandonar el trabajo y “volver a casa”.
Eso es todo. Suficiente para un autor que sabe cómo dilatar una escena hasta el infinito, que se muestra especialmente hábil en el arte de la procrastinación, obligando al lector a avanzar más de mil páginas para averiguar el origen de una mancha de sangre en el suelo.
Pero si el argumento no es vital, sí lo son las múltiples digresiones del protagonista. Cualquier excusa es buena para reflexionar, para practicar lo que el autor ha denominado “pensamiento literario”, para recordar la historia, la que cuentan los libros y la que cuentan las personas (tremendos los capítulos en que el protagonista da la palabra a su padre, trasunto del filósofo Javier Marías). Son la esencia de la novela.
Es de sobras conocida la afición de Javer Marías a construir sus frases de un modo poco usual. Aquí esta técnica está plenamente justificada. Sus frases tienen ritmo, cadencia: en algunos casos, podrían pasar por poemas en prosa. Hay multitud de expresiones que el autor repite a lo largo de la obra casi como un mantra. De no poseer una cultura literaria elevada es difícil discernir si son citas propias o robadas a otros autores (algunas sí se sabe, él las revela), o inluso citas robadas y modificadas a su antojo. En cualquier caso es grato leer las mismas expresiones una y otra vez, usadas en diferentes contextos.
En la novela hay lugar para el horror (las cintas de vídeo que le obligan a ver al principio del tercer tomo), para el humor (todas las páginas en las que aparece un español chulesco y estúpido) y para el sexo (la escena de amor entre el potagoista y su compañera de trabajo está escrita, difícil tarea, de una forma muy elegante)
Sólo una pega: le sobra un centenar de páginas (no más). Pero ya se sabe, a todas las Grandes Novelas le sobran.
1 comentario:
A tí sí que te gusta procrastinar...anda que...
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