13 noviembre 2007

Qué tristeza...

Cuando supe de la muerte de Norman Mailer envié a unos cuantos amigos un mensaje pidiendo un minuto de silencio por el último gigante de la literatura estadounidense. Puede sonar exagerado, pero siempre me entristece la muerte de un artista que aprecio. En el caso de Mailer, era algo más.

Antes de tener acceso a Internet, a mis 18 o 19 años, dedicaba horas y horas a estudiar los artículos sobre Literatura de una enciclopedia Encarta que alguien me había pirateado. Era un sustituto a las clases de Literatura que querría haber recibido. Leía una y otra vez sobre los poetas que ya conocía (Lorca, Neruda, Celaya), sobre corrientes literarias (Romanticismo, Surrealismo) o Grandes Obras Maestras (La Odisea, Moby Dick, Gargantúa y Pantagruel). Pero los textos que mejor recuerdo son los que correspondían a escritores estadounidenses de los que nadie me había hablado. Sabía de su existencia, poco más. Aprendí casi de memoria las biografías –siempre apasionantes– de Scott Fitzgerald, de Hemingway, de Capote. Y guardaba en un cabeza una pequeña lista de libros que, algún día, debería leer.


Norman Mailer fue mi primera incursión en esta literatura, que después resultaría ser mucho más amplia de lo que Encarta presentaba, y al mismo tiempo menos interesante de lo que yo imaginaba. Sólo por esa casualidad –igual podría haber leído a Capote, o a Tennessee Williams– tendrá siempre un lugar especial en mi memoria literaria.

En el verano de 2001 compré Los desnudos y los muertos y Los ejércitos de la noche. La primera novela la terminé en ese otoño en Inglaterra, tras una noche de insomnio, a las 6 de la mañana. Pese a mi afición por la relectura, no he vuelto a acercarme a ella, quizá por superstición, no sea que ahora no me parezca tan buena cmo entonces.

Lo cierto es que no he leído mucho más de Mailer (pendientes tengo sus ensayos, la biografía de Oswald, el novelón sobre la CIA o su particular visión de Jesucristo). Tan sólo Los tipos duros no bailan –una novelita decente y divertida, poco más– y La canción del verdugo, esta sí una una buena obra. El egcéntrico Norman se mofó de Capote cuando supo que iba a escribir A sangre fría, pero le dolió tanto su éxito que tuvo que escribir él mismo una novela de no fiicción. A pesar de la fama de A sangre fría, la novela de Mailer es mucho mejor.

Ahora tengo en mi estantería un ejemplar en inglés de su útima novela, El castillo en el bosque. Por lo visto antes de morir estaba redactando la segunda parte. Ya no podremos leerla. Una lástima.

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