12 diciembre 2008

Oídos sordos

Este junio escribí, en referencia al rechazo de Irlanda del Tratado de Lisboa:

"El primer ministro ni siquiera ha leído el texto. Deberían hacerle dimitir. Han manipulado y moldeado la opinión pública -con la inestimable ayuda de los medios de comunicación antieuropeos de Rupert Murdoch- como han querido. Apelando al corazón, al nacionalismo, al miedo.

Pero ha sido la ciudadanía irlandesa la que ha dado la última estocada. Han cedido a los impulsos, al nacionalismo atávico, al egoísmo. Ellos solos han decidido el futuro de Europa en los próximos años. Y están orgullosos."

Hoy quiero defender a estos irlandeses que, en mi opinión, están muy equivocados. Creo que Irlanda cometió un grave error al rechazar el tratado de Lisboa, que Europa no se merece tal insulto; creo que los líderes políticos irlandeses no estuvieron a la altura de as circunstancias; que el orgullo que sintieron los ciudadanos -eran importantes, habían cambiado las cosas- es el orgullo que iente un adolescente estúpido al romper una ventan del colegio.

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Sin embargo, por muy errados que estén, la orden -no decisión- de la UE constituye un insulto mayor. Ayer los jefes de Estado y de Gobierno demostraron que no saben escuchar, que no quieren escuchar. Un miembro de la Unión se muestra discordante y, en lugar de hacer un esfuerzo por entender su postura, se le ignora. Peor aún, se le obliga a votar de nuevo. ¿Qué democracia es ésta? “Votad -parecen decir-, pero si no elegís bien, repetiremos el proceso una y otra vez; hasta que salga el resultado correcto”.

Además de sordos, estos gobernantes son estúpidos. ¿Acaso creen que Irlanda cambiará su voto? Lo más probable es que el “no” sea aún más contundente; o que apenas vaya a votar nadie. Si yo fuera irlandés, es precisamente lo que haría. Quizá el Ensayo sobre la lucidez de Saramago se convierta el próximo otoño en una realidad.

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