El pasado noviembre escribí una reseña de Déjame entrar, la mejor película sobre vampiros de las últimas décadas. La había visto en internet, en sueco con subtítulos en inglés. Ahora se estrena en España y aprovecho para copiar lo que allí escribí. Imprescindible.
Hace unos meses, el diario argentino Página 12 dedicaba un artículo a los vampiros en la cultura actual. Hablaba de Crepúsculo, de Anne Rice, de True blood... y de Déjame entrar.
Una vez más, Página 12 acertó.
Déjame entrar no es una película de vampiros al uso. Tal y como marca la última tendencia, el chupasangre no es el malo de la película (los tiempos de Christopher Lee y Bela Lugosi pasaron a mejor vida); pero tampoco es un ser atractivo y seductor, como Lestat o Louis, en Entrevista con el vampiro. Ni siquiera es dulce e inocente, como la saga El pequeño vampiro hizo creer a millones de niños.
Eli, la vampiresa, es una eterna niña de 12 años sucia y desarrapada. Mata para comer, y lo hace sin pudor, sin delicadeza ni elegancia. Nunca la sangre en los labios de un vampiro es tan real como en esta película. Lo que Eli hace es, da igual como lo miremos, un asesinato. Uno tras otro.
Al comienzo de la película inicia una tímida amistad con Oskar, otro niño de 12 años, (éste, humano). Oskar teme a los vampiros, pero a los de verdad. A los que chupan la sangre mediante palizas, burlas e intimidaciones a la salida del colegio; a los que arrebatan la vida violación tras violación, aunque su cara sea afable y familiar; a los que ahogan a gritos y rutinas. Los malos no siempre tienen colmillos.
Pero no puede hacer nada. Al menos, no sin ayuda. Gracias a los ánimos y consejos de Eli, se enfrentará a tus propios vampiros. Y, gracias a Eli, salvará su vida.
El paisaje es parte indispensable de la película. Estamos en Suecia en los años 70. Hace frío, nieva, oscurece pronto. La gente va siempre abrigada. Son tristes, sucios y desagradables. Muy lejanos de la elegancia de nuestra imaginación. Es una sociedad que no se preocupa de sus miembros: sus habitantes se encierran en las casas, no quieren tener más relaciones que las indispensables y aun éstas son frías y, en cierto modo, falsas. Quizá sea el clima, como muchas veces se ha dicho. Quizá no sea casualidad que el único adulto que se interesa por Oskar sea un exiliado cubano.
Al final de la película uno se siente más solo que antes, y piensa que el paraíso nórdico quizá no es tal. Y desea, por unos momentos, que existan los vampiros. Y que sean como Eli.
Una vez más, Página 12 acertó.
Déjame entrar no es una película de vampiros al uso. Tal y como marca la última tendencia, el chupasangre no es el malo de la película (los tiempos de Christopher Lee y Bela Lugosi pasaron a mejor vida); pero tampoco es un ser atractivo y seductor, como Lestat o Louis, en Entrevista con el vampiro. Ni siquiera es dulce e inocente, como la saga El pequeño vampiro hizo creer a millones de niños.
Eli, la vampiresa, es una eterna niña de 12 años sucia y desarrapada. Mata para comer, y lo hace sin pudor, sin delicadeza ni elegancia. Nunca la sangre en los labios de un vampiro es tan real como en esta película. Lo que Eli hace es, da igual como lo miremos, un asesinato. Uno tras otro.
Al comienzo de la película inicia una tímida amistad con Oskar, otro niño de 12 años, (éste, humano). Oskar teme a los vampiros, pero a los de verdad. A los que chupan la sangre mediante palizas, burlas e intimidaciones a la salida del colegio; a los que arrebatan la vida violación tras violación, aunque su cara sea afable y familiar; a los que ahogan a gritos y rutinas. Los malos no siempre tienen colmillos.
Pero no puede hacer nada. Al menos, no sin ayuda. Gracias a los ánimos y consejos de Eli, se enfrentará a tus propios vampiros. Y, gracias a Eli, salvará su vida.
El paisaje es parte indispensable de la película. Estamos en Suecia en los años 70. Hace frío, nieva, oscurece pronto. La gente va siempre abrigada. Son tristes, sucios y desagradables. Muy lejanos de la elegancia de nuestra imaginación. Es una sociedad que no se preocupa de sus miembros: sus habitantes se encierran en las casas, no quieren tener más relaciones que las indispensables y aun éstas son frías y, en cierto modo, falsas. Quizá sea el clima, como muchas veces se ha dicho. Quizá no sea casualidad que el único adulto que se interesa por Oskar sea un exiliado cubano.
Al final de la película uno se siente más solo que antes, y piensa que el paraíso nórdico quizá no es tal. Y desea, por unos momentos, que existan los vampiros. Y que sean como Eli.
1 comentario:
No te gustó más "Makbara". A mi me pareció senzillamente maravilloso.
Grácias por aparecer en mi blog, y comentar.
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