28 abril 2009

La misión del columnista

Hoy ha muerto Javier Ortiz. Empecé a leer sus columnas en su última etapa como columnista de El Mundo. Después se pasó a Público, donde -imagino- sus ideas no eran tan estridentes.


Desde entonces lo he leído cada mañana. Sus artículos son modélicos: certeros, imaginativos, valientes. Y, por supuesto, bien escritos. No he leído ningún texto suyo redundante. Cuando todos los medios habían despellejado un tema hasta el hastío, el buscaba y encontraba un enfoque diferente. Pocos saben hacer esto.


Si en la vida real se comportaba como en sus columnas, debió de ser inaguantable. Sus textos eran en ocasiones puñetazos a la conciencia, a lo políticamente correcto, a lo asumido por todo, a los clichés. Atacaba a todos los partidos, asociaciones, políticos, periodistas... Sus discusiones con Pedro J. Ramírez debieron ser dignas de ver.


Cuando hablaba de ETA lo hacía con conocimiento de causa; un conocimiento que, a más de uno, le habrá llevado a pensar que estaba a favor de la banda. No lo creo.


Copio y pego 2 artículos que, en su día, cambiaron -aunque sea de forma leve- mi forma de ver las cosas. ¿Acaso no es esa la misión del columnista?



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La tortura y la ficción


Son ganas (y muchas) de enredar. El Parlamento vasco no ha apoyado ninguna denuncia falsa de torturas. Lo que el Parlamento vasco ha constatado, porque es así, y no tiene vuelta de hoja, es que ningún gobierno español, ni éste, ni el anterior, ni ninguno de sus antepasados, ha aceptado jamás que en algunas comisarías y cuartelillos de España se producen torturas. Y no lo ha aceptado no ya cuando lo han señalado taxativamente los informes anuales de Amnistía Internacional, poco sospechosa de connivencia con ETA, ni cuando lo ha constatado el relator de la ONU, sino ni siquiera cuando los propios tribunales españoles han pronunciado sentencias firmes contra tales o cuales policías torturadores.


No sólo los agentes condenados han sido mantenidos en su empleo y se las han arreglado para no ingresar en prisión, sino que, en algunas ocasiones y para más recochineo, han sido condecorados. O ascendidos, como Rodríguez Galindo (astuta idea de Belloch). Pasó un corto periodo entre rejas, pero ya está también en la calle.


Claman con aire ofendido nuestros gobernantes y sus acólitos que hablar de torturas es hacer el juego a ETA. En primer lugar: las denuncias de torturas no se refieren sólo a miembros de ETA. Según los informes existentes, la mayoría de los malos tratos afectan a detenidos por presuntos delitos de derecho común. En segundo término: es el encubrimiento de las torturas lo que más beneficia a ETA, porque la rabia resultante nutre sus filas.


¿Quieren acabar de raíz con estas polémicas? Lo tienen fácil. Legislen que todos los interrogatorios sean grabados en vídeo y que sólo lo grabado y firmado por el detenido pueda ser remitido al juez correspondiente.


¿No les dice nada que haya habido detenidos que se han confesado autores de crímenes que luego se ha sabido que habían sido cometidos por otros? A lo peor fueron sutilmente animados a ello. En tiempos del franquismo se decía: “Tras un hábil interrogatorio…”. Pregunten en la Audiencia Nacional: allí sí que lo saben, aunque no les guste hablar de ello.


Es todo un juego de imposturas y ficciones. Aquí hay mucha gente que engaña, pero nadie se engaña.



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Dylan, fiel a sí mismo


No sólo no acudió el viernes a Oviedo para recoger el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, sino que ni siquiera se tomó el trabajo de excusar su ausencia.


"Un maleducado", comentó uno de los organizadores. Si quieren verlo así, háganlo, pero el hecho es que Robert Allen Zimmerman, más conocido por Bob Dylan, no había presentado su candidatura a ese Premio, ni nadie le había preguntado si lo quería.


Lo imagino haciendo una mueca burlona al enterarse de que le habían otorgado un galardón con nombre de príncipe "por conjugar la canción y la poesía en una obra que ha creado escuela y ha determinado la educación sentimental de muchos millones de personas". Nada ha odiado tanto el inclasificable genio de Minnesota a lo largo de toda su carrera como los intentos de encasillarlo con definiciones burocráticas y envaradas como ésa.


Dylan ha sido siempre un inconformista. No sólo en su juventud. Siempre. Ahora también. El error está en confundir inconformismo y progresismo, o dar por hecho que el inconformismo va inevitablemente unido a la oposición al sistema capitalista, o a la identificación con las masas oprimidas.


Quia. El inconformismo puede tomar los más variados caminos.


Ni el Dylan joven fue un revolucionario socialista ni el Dylan adulto el meapilas reaccionario que muchos creen.


Su inconformismo -el de entonces y el de ahora- le ha llevado siempre a rebelarse, primera y principalmente, contra los intentos de etiquetarlo, de encasillarlo, de hacerlo predecible.


Pondré algunos ejemplos de su comportamiento que resultan ilustrativos.


El 13 de diciembre de 1963, en lo más dorado de su fama como cantante de protesta, una poderosa organización progresista, el Comité de Emergencia por los Derechos Civiles, le concedió el Premio Tom Payne por su contribución a la lucha contra el orden establecido. Dylan creyó que lo estaban convirtiendo en un icono dentro de un movimiento organizado, y se rebeló. A la hora de recibir el premio, espetó a los organizadores: "No me gusta su organización. No me gustan ustedes". Y se fue.


Viajemos en el tiempo hasta 1991, 28 años después. Ese año Dylan recibió un Grammy. Las principales cadenas de televisión retransmitieron el acto. El establishment norteamericano estaba henchido por entonces de fervor patriótico (deambulábamos por lo peor de la Guerra de Golfo). Pues bien: Dylan aprovechó la ocasión para cantar Masters of War, su canción más vitriólicamente antibelicista y antimilitarista. Con lo cual sembró el estupor general. Traduzco sus versos: "Venid, señores de la guerra, / los que fabricáis las armas, / los que fabricáis los bombarderos, / los que fabricáis grandes bombas, / los que os escondéis detrás de los muros, /los que os escondéis detrás de vuestros escritorios... / Espero que muráis, / que la muerte os llegue pronto. / Seguiré vuestro cortejo fúnebre / en la pálida tarde / y vigilaré mientras os bajan / a vuestro lecho de muerte, / y me quedaré de guardia sobre vuestras tumbas / hasta estar seguro de que habéis muerto."


Si hubiera lanzado un cóctel molotov contra el escenario, no la habría organizado más gorda.


Muy parecido al numerito de los Grammy fue el que les montó un año después a los Clinton (¡y a los Gore!) durante un acto en el Lincoln Memorial. Cuando se suponía que Dylan iba a agasajar al emperador y a su corte, les soltó una desmelenada versión deChimes of Freedom, canción que homenajea -cito, de pasada- "al soldado que lleva las de perder en cada noche, al refugiado en la inerme carretera de la fuga", "al rebelde, al libertino, al infortunado, al abandonado y olvidado, al marginado que arde constantemente en la pira", "a la maltratada madre soltera y a la mal llamada prostituta" y "al fuera de la ley por un delito insignificante, acosado y engañado por la persecución"... entre otros.


Cuentan las crónicas que los asistentes no se esforzaron demasiado por ocultar su disgusto. El impertinente había vuelto a las andadas.


Es cierto que acudió a presentar sus respetos a Juan Pablo II (imagino que para tocar las narices a cuantos se pensaron que sería incapaz de hacer algo así), pero no lo es menos que, cuando el show business norteamericano decidió boicotear a Sinéad O'Connor porque rompió durante una actuación pública una foto del Papa (del Papa, no del Rey) al grito de "¡Combatid al verdadero enemigo!" -lo hizo en protesta por el silencio papal tras las denuncias de abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos contra niños a su cargo-, Dylan invitó a la cantante irlandesa a participar en el concierto de homenaje que le montaron para celebrar sus 30 años de carrera. Lo cual desató otro escándalo de mucho cuidado.


De tener que aceptar algo parecido a una definición, supongo que no le molestaría demasiado que se le atribuyeran adjetivos tales como "iconoclasta". O "gamberro", incluso.


Un audaz reportero le preguntó hace muchos años: "¿Qué clase de canciones son las suyas?" "Pues, verá", le contestó. "Tengo canciones de tres minutos, de cinco minutos, de siete minutos y hasta de diez minutos. Le parecerá increíble, pero es así".


A Dylan le divierte chotearse de los bobos. Aunque concedan premios.

1 comentario:

L.N.J. dijo...

Hola Raúl. Esta semana en el " ABC " del Sábado, venía un artículo de Irene Lozano, compañera de Javier Ortiz dedicándoles unas palabras muy bonitas.
Comparto contigo un trocito de ellas :

Me enseñó cómo ser fiel a los hechos: compruébelos dos veces, solía decir, y cuando te den la razón, tres. Sabía de la predisposición humana a creer lo que confirman nuestros prejuicios, tan peligrosa en los periodistas.
No me dejó dicho cuántas veces hay que confirmar la muerte inesperada de una amigo. Me lo aseguran cuatro colegas. Lo he visto en media docena de webs. He leído su propio obituario, el que me enseñó hará más de una década, retocado al paso de los años, como los testamentos. Y aún no me lo creo. Espero que sea otra de sus bromas.

Bueno, estremecedoras palabras de esta periodista.

Saludos.