10 enero 2008

Mailer se pierde en el bosque

Después de escribir sobre los grandes mitos de Estados Unidos –Marilyn Monroe, Muhammad Ali o Lee Harvey Oswald– Norman Mailer (Nueva Jersey, 1923 – Nueva York, 2007) se atrevió a los 82 años a escribir una peculiar biografía de Adolf Hitler, mito europeo por excelencia.

Como el escritor eficaz que era, Mailer leyó decenas de volúmenes sobre cualquier aspecto que tuviera una mínima conexión con el tema: La lucha por el poder, de Goebbles, El ser y el tiempo, de Heidegger, Doktor Faustus de Thomas Mann o La vida de las abejas, de Maeterlinck. Una vez hechos los deberes, Mailer escribió El castillo en el bosque, que no es no una nueva biografía del dictador, sino una novela. Su reciente fallecimiento puede inducir a tomarla como una suerte de testamento literario. Sería un error.

Un oficial de las SS llamado Dieter, que luego se revelará como un agente de Diablo, narra con todo lujo de detalles los primeros años de la vida de Adolf Hitler. Si bien en las primeras páginas parece que el impulsor del Holocausto pudiera tener antecedentes judíos, la realidad es que su nacimiento es producto de una serie de relaciones incestuosas. Así, su padre Alois es al mismo tiempo el padre de Klara, su madre.

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Pese a ser una novela sobre Adolf Hitler, la mayor parte del libro está dedicada a Alois, un bebedor con delirios de grandeza que maltrata a su familia. Mailer detalla sus devaneos sexuales, sus pensamientos sobre su mujer y sus hijos, sus hondos sentimientos hacia el emperador, sus aspiraciones vitales frustradas. Sólo al final, tras la muerte del padre, la figura de Adolf comienza a cobrar importancia. Pero es tarde. Mailer había previsto redactar como mínimo otro volumen sobre la vida del dictador. Es de suponer que en él concedería más importancia al personaje. Por ahora El castillo en el bosque parece más una novela sobre la familia Hitler que una novela sobre Adolf Hitler.

Pero lo que la hace difícil de tomar en serio es la inclusión de un demonio como narrador. Una vez desvelada su identidad, Dieter interrumpe con frecuencia el relato para describir a los lectores cómo son las relaciones entre Dios (llamado Dummkopf, “estúpido”) y el Diablo (el Maestro), entre los demonios y los ángeles (denominados Cachiporras) y su eterna batalla por reclutar seres humanos.

Un ejemplo de esta peculiar cosmogonía. El narrador comete la osadía de hablar de su trabajo, rompiendo así la omertà y poniendo en peligro incluso su vida. Si el Maestro se entera, reflexiona Dieter, sólo tendrá dos opciones: morir o pasarse al otro bando. Para evitarlo, escribe esta novela en papel, pues su jefe prefiere las nuevas tecnologías.

Es tentador leer la novela en clave histórica, especulando sobre qué suceso cardinal de la infancia de Adolf Hitler marcará el destino de Europa. Es inútil, el propio narrador admite que las cosas no son tan sencillas. Sin apellido ni diablo, El castillo en el bosque es la crónica de una familia asediada por el incesto, la enfermedad, la bebida y la violencia. Sin apellido ni diablo, El castillo en el bosque podría haber sido una buena novela.


(Reseña aparecida en el suplemento Artes y Letras el 10 de enero de 2008)

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