14 febrero 2009

Sobre calles y muertos

La última propuesta del alcalde de Zaragoza, Juan Alberto Belloch, conocida ya por todos, es sustituir el nombre de la calle del General Sueiro por el de Escrivá de Balaguer. A muchos les indigna que el fundador del Opus Dei tenga una calle; otros justifican el cambio diciendo que hay que eliminar de forma progresiva cualquier mención al franquismo en las ciudades. Yo estoy de acuerdo con los dos bandos.

No me gusta que haya calles con el nombre de militares que desobedecieron su mandato constitucional. Y no me gusta que haya placas con el nombre de iluminados fundadores de sectas. Entre Sueiro y Balaguer, la verdad, no sé cuál me parece peor.

No quiero entrar en las razones del alcalde para elegir precisamente este nombre como sustituto. No me interesan. Sí quiero, en cambio, proponer desde aquí un cambio general de nomenclatura de las calles. Estamos demasiado acostumbrados a vivir en el Paseo de Sagasta, a ir al restaurante de Isabel la Católica o a quedar en la paza San Miguel (por poner ejemplos cercanos).

No reparamos en que Sagasta fue un militar metido a político que gobernó durante la Restauración, alternándose el poder con Cánovas del Castillo para manejar entre ambos partidos el cotarro durante un periodo de la historia de España caracterizado, como dijo Juan Costa, por la oligarquía y el caciquismo. Tampoco caemos en la cuenta de Isabel la Católica (su apodo ya demuestra que la fe es, para muchos, un elemento a destacar) expulsó a los judíos y a los musulmanes (causa en buena parte de la carencia tradicional de clase media en España y, si llevamos las consecuencias hasta el final, de la Guerra Civil), e instauró la Inquisición. Ni en que San Miguel es, como mucho, un personaje de ficción que, al parecer, protege a la Organización No Gubernamental más poderosa del mundo, la Iglesia.

Lo más sensato sería desterrar de las calles toda mención a reyes, políticos, batallas, países, santos, mártires, guerreros... Es decir, desterrar la historia de nuestras calles. A muchos les parecerá una exageración, dirán que es una forma de recordar nuestro pasado. Pero está comprobado que, en demasiadas ocasiones, no se conoce bien quién fue el tipo que aparece en nuestro DNI.

Se me ocurren varios temas con los que renombrar las calles y plazas: escritores, cantantes, películas, flores, canciones, libros, estrellas, animales... Hay quienes se negarían a vivir en la calle Pulp Fiction o en la plaza Kind of Blue. La solución lógica, entonces, es imitar a Nueva York y numerar las calles. Eliminaría cualquier connotación religiosa, política o de cualquier tipo y facilitaría su localización. Es más fácil saber dónde cae la avenida 19 que la calle Sevilla.

Sé que es un deseo casi imposible. Hasta que la razón entre en las cabezas de nuestros políticos, seguiremos discutiendo por los nombres de unos cuantos tipos muertos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El tema es apasionante y problemático porque, también las películas y canciones tienen ideología, a las flores o animales se les puede hacer simbolizar algo (la rosa, el ágila imperial verbigracia).

Lo mejor, en definitiva, y como hemos hablado alguna vez, numerarlas correlativamente como en gran parte de los EUA. A mí me encantaría vivir en la... o no, espera, que los numerólogos seguro que le sacan punta a esto también.

Juan Manuel Rodríguez de Sousa dijo...

Pues me parece muy interesante lo que has escrito, y yo, personalmente, no estoy de acuerdo ni con quitarle el nombre a las calle ni nada de eso.

Para mí si una calle en un tiempo se llamó: "Quitapú" pues que se llame "Quitapú" Es un recuerdo del porqué está eso ahí.

Y aparte de los nombres, que uno podría estar de acuerdo o no, lo de los números me parece una cosa muy fría, ya mismo, le pondremos hasta nuestros 172, o quizás, no hiciera falta, ya estará el DNI para bautizarnos...