Es deprimente no poder leer. Me ocurre de cuando en cuando, alguna vez ya lo he contado aquí. Empiezo un libro y lo tiro a las pocas páginas. Normalmente son llibros en los que había puesto grandes expectativas. Libros recomenddados por Babelia, por El Cultural, por ABCD. O por todos a la vez. ¿Es posible que todos estén equivocados?
Antes pensaba que los libros abandonados son como amigos que de algún modo te defraudan. En días como hoy -asqueado de haber completado sólo 2 novelas en mes y medio (aunque haya empezado muchos libros más)- creo que son simples traidores.
Llegan a mi mesa con una amplia sonrisa y los brazos abiertos. "Ven a mí -dicen- te haré pasar un buen rato. Mejor aún: te iluminaré, te revelaré sensaciones nunca experimentadas. Soy el libro del futuro". Es lo que parecen decir agunas novelas actuales. Otras, en cambio, tienen un discurso muy diiferete: "Soy un clásico, ¿Qué más puedes pedir? Nací hace siglos y aún hoy soy leído. De mí recibirás la sabiduría de los antiguos, la imperecedera, la eterna. Podrás, por si lo anterior no te basta, aprender el modo de vida en los Estados Unidos, allá por su nacimiento, o en la Francia de la Restauración, o en la España negrísima de Felipe II. Recuerda: soy imprescindible. Si no me lees, estarás incompleto."
Al final, la mayoría fallan. No cumplen lo que prometen. crean falsas expetativas. Me hacen perder el tiempo y el dinero. Cuando cierro con más ira que tristeza (antes sí me entristecía, ahora me pongo furioso) una novela, me entran ganas de abandonar la lectura y pasame al audovisual (HBo es grande muy grande). Realmente, no pueden existir tantos buenos libros como las editoriales y los suplementos literarios quieren hacernos creer. Es imposible. Hay mucha morralla. Y no me refiero a los bestsellers de una temporada: hablo del apartado "literatura".
En la estantería más cercana a mi mesa de lectura se juntan Philip Roth, JM Coetzee, Montaigne, Antoniu Lobo Antunes, Cormac Mccarthy, William T. Vollmann y Jonathan Littell. todos ellos han recibido elogiosas reseñas en los suplementos. Montaigne es considerado un clásico indiscutible (per todos los autores son discutibles: el canon también se equivoca); Roth el último gran maetro estadounidese; y William T. Vollman una especie de prolífico gigante de las letras estadounidenses actual. De todos ellos sólo aprecio sinceramente a McCarthy, Roth y Coetzee (y no todas sus obras me satisfacen). También con Montaigne he pasado algún buen momento. Los demás son prescindibles.
Lo malo del asunto es que para encontrar una joya, (o incluso una piedra más o menos pulida) hay que tragarse mucho, mucho barro.
Esta mañana he abierto dos libros. Por primera vez leo a E.L. Doctorow. De nuevo, un tipo considerado "uno de los grandes". Por si acaso, también he comenzado Placer licuante, de mi querido Luis Gyotisolo. Éste no suele fallar.
Veremos en que queda todo...
Antes pensaba que los libros abandonados son como amigos que de algún modo te defraudan. En días como hoy -asqueado de haber completado sólo 2 novelas en mes y medio (aunque haya empezado muchos libros más)- creo que son simples traidores.
Llegan a mi mesa con una amplia sonrisa y los brazos abiertos. "Ven a mí -dicen- te haré pasar un buen rato. Mejor aún: te iluminaré, te revelaré sensaciones nunca experimentadas. Soy el libro del futuro". Es lo que parecen decir agunas novelas actuales. Otras, en cambio, tienen un discurso muy diiferete: "Soy un clásico, ¿Qué más puedes pedir? Nací hace siglos y aún hoy soy leído. De mí recibirás la sabiduría de los antiguos, la imperecedera, la eterna. Podrás, por si lo anterior no te basta, aprender el modo de vida en los Estados Unidos, allá por su nacimiento, o en la Francia de la Restauración, o en la España negrísima de Felipe II. Recuerda: soy imprescindible. Si no me lees, estarás incompleto."
Al final, la mayoría fallan. No cumplen lo que prometen. crean falsas expetativas. Me hacen perder el tiempo y el dinero. Cuando cierro con más ira que tristeza (antes sí me entristecía, ahora me pongo furioso) una novela, me entran ganas de abandonar la lectura y pasame al audovisual (HBo es grande muy grande). Realmente, no pueden existir tantos buenos libros como las editoriales y los suplementos literarios quieren hacernos creer. Es imposible. Hay mucha morralla. Y no me refiero a los bestsellers de una temporada: hablo del apartado "literatura".
En la estantería más cercana a mi mesa de lectura se juntan Philip Roth, JM Coetzee, Montaigne, Antoniu Lobo Antunes, Cormac Mccarthy, William T. Vollmann y Jonathan Littell. todos ellos han recibido elogiosas reseñas en los suplementos. Montaigne es considerado un clásico indiscutible (per todos los autores son discutibles: el canon también se equivoca); Roth el último gran maetro estadounidese; y William T. Vollman una especie de prolífico gigante de las letras estadounidenses actual. De todos ellos sólo aprecio sinceramente a McCarthy, Roth y Coetzee (y no todas sus obras me satisfacen). También con Montaigne he pasado algún buen momento. Los demás son prescindibles.
Lo malo del asunto es que para encontrar una joya, (o incluso una piedra más o menos pulida) hay que tragarse mucho, mucho barro.
Esta mañana he abierto dos libros. Por primera vez leo a E.L. Doctorow. De nuevo, un tipo considerado "uno de los grandes". Por si acaso, también he comenzado Placer licuante, de mi querido Luis Gyotisolo. Éste no suele fallar.
Veremos en que queda todo...
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