05 julio 2007

Medio Coetzee

Es curioso lo que me sucede lo mismo con Coetzee. Me gusta mucho. Me cae bastante bien y creo que es el mejor premio Nobel que se ha dado en la última década. Y, sin embargo, todas sus novelas me decepcionan.

La segunda parte de Desgracia,
su mejor novela, me resultó directamente aburrida; no pude acabar Esperando a los bárbaros (un plagio de El desierto de los tártaros, una “existencial” y tediosa novela del italiano Dino Buzzati); su parcial autobiografía, formada por Infancia y Juventud, es un mero pasatiempo; Foe un intento de jugar a la metaliteratura; Elisabeth Costello y Hombre lento me gustaron realmente: pero de nuevo deseaba terminar con ellas cuando aún quedaban demasiadas páginas por leer.

Aún así, continúo intentándolo.


Vida y época de Michael K
es una magnífica novela que comienza a tambalearse a la mitad y pierde todo su interés 30 páginas antes del final.

Como es de imaginar, el africano narra la historia de Michael K, un hombre que podríamos llamar “sin atributos”. Nunca ha hecho nada importante, no tiene familia ni amigos, a duras penas es capaz de mantener una conversación; lo más destacable en él es su labio leporino. Es un personaje muy interesante, al que sólo le falla el nombre (¿cómo puede nadie atreverse a llamar K al protagonista de su novela? ¿Acaso no ha leído a Kafka?).


El libro se centra en un episodio de la vida de K. La guerra civil asola Sudáfrica y decide llevar a su madre enferma a una apartada granja para vivir en paz (y, más importante, sin la molestia de la sociedad). Pero el viaje es duro: hambre, robos, noches al raso, la muerte de su madre y el encierro en un tren que recuerda a los que recorrían Alemania en los años 40 son algunos de los “obstáculos” que el protagonista debe salvar para llegar a su granja.

Pero allí no será feliz. La guerra ha arruinado el edificio y se ve obligado a comer lagartijas para sobrevivir. Una patrulla lo confunde con un rebelde y lo tortura para que revele el escondite de sus compañeros. En vista de su mutismo y su estado de salud, lo envían a un campo de reeducación, donde ingresara en el hospital militar. La novela termina bien. K escapa del campo y encuentra un lugar donde “podría ser feliz”.

Quizá allí esté el fallo. Los mejores episodios de la novela son los que transcurren en medio del horror: en su barrio sitiado por los dos bandos en guerra, en el tren que lleva trabajadores-esclavos, en unos campos de reeducación que pretenden ser un lugar seguro para vagabundos.

Son páginas que uno no puede leer de un tirón; debe detener la lectura y continuar al otro día. Sólo por esas páginas la novela merece la pena.

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