Se acabó la sequía. Vuelvo a leer. Estoy con La casa verde, de Vargas Llosa y con la primera parte de Verdes valles, colinas rojas, escrita por Ramiro Pinilla. Hace un año leí 500 páginas y lo abandoné; ahora llegaré hasta el final.
Aquí copio extractos de una interesante entrevista que publicó El Mundo. Después, unos comentarios vertidos por Iñaki Anasagasti en su blog.
P. ¿Su trilogía (3.500 folios, «ésta es mi cota») ha ayudado a ordenar el caos (histórico) del País Vasco?
R. El mío, sí. Era a lo que aspiraba. ¡Cómo voy a ordenar semejante caos a partir de una ficción! Hombre, el mensaje de fondo es la comprensión del otro. Yo, que no soy nacionalista, intento comprender el nacionalismo, pese a que el nacionalismo, como toda fe, no puede explicarse con palabras, no puede razonarse.
P. ¿Víctima de qué?
R. El nacionalismo vasco se encuentra cómodo en el victimismo, es su característica fundamental. La aparición del nacionalismo es un fenómeno muy egoísta promovido por un señor, Sabino Arana, que, como todos los burgueses, estaba perdiendo los privilegios que tenía en el país. Se sienten heridos y confunden sus propios privilegios con la identidad nacional vasca, y así se crea un movimiento fundamentado en la fe patriótica que, como toda religión, arraiga porque el hombre no puede vivir a solas con su ser: somos cobardes, necesitamos apoyos externos, pertenencia a un grupo de prestigio, un país, una lengua... Para mí en cambio esto no tiene ningún valor, para mí lo valioso es el ser interior.
P. ¿La Historia vasca es puro mito, melancolía?
R. El nacionalismo continúa esgrimiendo los mitos que circulaban por las aldeas hace dos siglos, y hoy ya no los cree, pero le encantaría creerlos: por ejemplo, que el paraíso bíblico radicaba en Euskadi y que Adán y Eva hablaban vasco. El caso es aferrarse a la fe, con toda su alma, exentos de razón.
P. El nacionalismo se enfrentó al progreso, ¿lo sigue haciendo?
R. Al progreso material no se ha enfrentado, no: de hecho incorporó todos los avances técnicos que circulaban por el mundo y así se montó la gran industria vasca. Pero, sin embargo, vetó el progreso de las ideas que entraban por Francia y las ideas que traían los obreros de fuera, a los que llamaron maquetos y explotaron salvajemente, porque con su ateísmo y su socialismo amenazaban la identidad vasca, su religión. Así que nacionalismo vasco e Iglesia, que han sido siempre uno, ejercieron todo su poder para resistir a los movimientos obreros. La identidad vasca está en el pueblo, pero la burguesía la hizo suya para dominar, hablándoles de la gran amenaza.
P. ¿A quién se enfrenta hoy?
R. Al mundo moderno. El nacionalismo juega con la tradición, porque sentimentalmente no quiere abandonar la infancia. Piden la autodeterminación y la independencia y ni ellos mismos creen que pueda ser posible; son simples juegos, juegos de las élites para endulzar al pueblo, para que les voten, vaya.
P. ¿Tiene ahora esperanzas en el proceso de paz o cree que algunos están ya de nuevo reescribiendo la actualidad?
R. Tengo esperanzas en el proceso de paz: alguien tenía que hacerlo. Se llegará a una paz oficial, lo que no quiere decir que se llegue a la reconciliación, porque es imposible hasta que pasen al menos dos generaciones. Han sido 35 años y 900 muertos, pero nadie se siente vencido. En la guerra, aunque cruel, se da la lógica del vencedor y el vencido, pero los que hemos sufrido el terrorismo nos preguntamos, ¿a nosotros quién nos ha vencido? Los radicales se han ensañado con una parte del pueblo vasco mientras la otra mitad miraba para el otro lado, sin embargo no hay un hecho tácito de guerra, con ganadores y perdedores. Pero no quiero aparecer como un monstruo antinacionalista, yo no soy antinacionalista.
En el mundo de la cultura vasca hay gentes que independiente de su valía cultural o artística son unos auténticos petardos. Gentes que con su antipatía afilada siempre logran lo contrario de lo que buscan. Entre ellos se encuentran Ibarrola y Ramiro Pinilla.
Independientemente que para mi, y es subjetivo, sus libros son unos auténticos rollazos imposibles de leer, es otro que, al igual que Ibarrola, tiene una auténtica fijación con el PNV.
En 1960 ganó el premio Nadal y el de la Crítica con sus libros “Las Ciegas Hormigas”, escrita mientras escribía frases para colecciones de cromos como la de Blancanieves.
Por supuesto no estoy de acuerdo en nada con él. Pero contestando de esta manera se hace grato en la Villa y Corte.