En el escenario, un ring. A los lados, asientos para los espectadores, convertidos también en asistentes a un peculiar combate de boxeo. Las luces se apagan y por el patio de butacas entra un hombre vestido de boxeador, con la cara tapada por una toalla blanca. Mueve los puños y jadea. Se prepara para el combate más importante: consigo mismo. El actor, ya no es el actor. Es Urtain. Desde el primer momento se mete literalmente en la piel del personaje. Su forma de hablar nos recuerda que es un hombre de pueblo, un tipo simple que se repite, que grita y no sabe vocalizar. Sus movimientos son casi espasmódicos y su presencia imponente y merecedora de la pena de los espectadores.
Así comienza Urtain, la última producción de Animalario, los creadores de la genial Alejandro y Ana. Dos horas del mejor teatro, el que se pega a la piel, el que mantiene al espectador clavado en el asiento y, a la vez, lo incomoda.
Un estridente presentador salido de una casposa gala de Nochevieja nos cuenta su vida y su muerte, sus victorias y sus derrotas, sus hazañas y sus miserias. Y lo hace al revés, empezando por su suicidio en el mítico año 1992 y terminando con su nacimiento.
A través de su vida, vemos pasar la España del franquismo, de la Transición, de los 80 y de los Juegos Olímpicos. Una España cutre donde el valor de un hombre se mide en sus cojones, en las mujeres con las que se acuesta, en las peleas que gana. La España de Franco, Raphael, los timos y el hambre. Un lugar en el que los extranjeros son unos sibaritas que no entienden nuestra valía y el NO-DO repite hasta el vómito las heroicidades de los nuestros.
Un lugar no muy distinto al de ahora.
El Urtain adulto se suicida porque no tiene nada: ni amigos, ni familia ni dinero. Vive del recuerdo de días mejores, que no lo fueron tanto. Sobre los combates ganados se cernía la sombra del tongo, la familia estaba lejos y los amigos se aprovechaban de él. El Urtain joven es un pobre hombre que sólo sabe dar puñetazos y obedece los consejos interesados de quienes considera de fiar. El Urtain niño es un chaval que juega a levantar piedras a escondidas de su padre, que lo muele a correazos cada dos por tres. Y su padre es igual que él. Un tipo fuerte, orgulloso y simple, capaz de morir en una apuesta de bar para demostrar su fortaleza física.
Durante buena parte de la representación, me venía a la cabeza el nombre del juguete roto de 2009. No hemos cambiado tanto.
Así comienza Urtain, la última producción de Animalario, los creadores de la genial Alejandro y Ana. Dos horas del mejor teatro, el que se pega a la piel, el que mantiene al espectador clavado en el asiento y, a la vez, lo incomoda.
Un estridente presentador salido de una casposa gala de Nochevieja nos cuenta su vida y su muerte, sus victorias y sus derrotas, sus hazañas y sus miserias. Y lo hace al revés, empezando por su suicidio en el mítico año 1992 y terminando con su nacimiento.
A través de su vida, vemos pasar la España del franquismo, de la Transición, de los 80 y de los Juegos Olímpicos. Una España cutre donde el valor de un hombre se mide en sus cojones, en las mujeres con las que se acuesta, en las peleas que gana. La España de Franco, Raphael, los timos y el hambre. Un lugar en el que los extranjeros son unos sibaritas que no entienden nuestra valía y el NO-DO repite hasta el vómito las heroicidades de los nuestros.
Un lugar no muy distinto al de ahora.
El Urtain adulto se suicida porque no tiene nada: ni amigos, ni familia ni dinero. Vive del recuerdo de días mejores, que no lo fueron tanto. Sobre los combates ganados se cernía la sombra del tongo, la familia estaba lejos y los amigos se aprovechaban de él. El Urtain joven es un pobre hombre que sólo sabe dar puñetazos y obedece los consejos interesados de quienes considera de fiar. El Urtain niño es un chaval que juega a levantar piedras a escondidas de su padre, que lo muele a correazos cada dos por tres. Y su padre es igual que él. Un tipo fuerte, orgulloso y simple, capaz de morir en una apuesta de bar para demostrar su fortaleza física.
Durante buena parte de la representación, me venía a la cabeza el nombre del juguete roto de 2009. No hemos cambiado tanto.
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