26 febrero 2010

Un profeta, agradable excepción

Estamos acostumbrados a ver un cine francés muy estereotipado. Quizá sea culpa de las distribuidoras, pero aquí llegan dramas sociales, familiares, comedias y algunas películas difíciles de clasificar que se podrían englobarse en la vaga categoría de "otra película francesa": ambientación natural, predominancia del dialogo sobre la acción, temáticas "elevadas", finales desconcertantes... Pienso en François Ozon, en Claude Chabrol, en Dominik Moll, en Laurent Cantet, en André Techiné.... La herencia de la Nouvelle vague es poderosa y pesada.

Por eso se agradecen películas como Un profeta, dirigida por Jacques Audiard. Un cinta que comparte muchos rasgos con Celda 211. Ambas son extravagancias en sus panoramas nacionales; ambas se inscriben en el subgénero de "drama carcelario" sin limitarse a él; las dos priman la acción sobre los diálogos; en las dos hay escenas relativamente duras; y, gracias a su excepcionalidad, las dos han arrasado en los premios de sus respectivos países (los César aún no se han celebrado pero Un profeta parte con 13 candidaturas).

La película cuenta la meteórica ascensión de un árabe iletrado que es encarcelado por un delito menor a capo de la mafia. En este sentido se asemeja mucho -quizá demasiado- a los mejores ejemplos estadounidenses del género: Uno de los nuestros, Scarface, Una historia del Bronx y, cómo no, El Padrino (la secuencia final de Un profeta es, mutatis mutandis, calcada a la secuencia final de la obra maestra de Coppola).



La historia principal funciona como un tiro. El joven ingenuo y temeroso de convierte en un inteligente y despiadado mafioso. Su cambio es también físico: viste elegante, camina recto, habla con propiedad y su mirada es fría como el metal que usa para matar. En contraposición, su maestro y protector -líder de la mafia corsa- acaba por ser un simple viejo que se sienta en un banco del patio de la cárcel a esperar a la muerte.

El trasfondo de la película muestra la lucha entre árabes y corsos y, en última instancia, el debate entre las distintas nacionalidades de los franceses (¿cuál es la esencia de Francia? preguntó hace unos meses Nicolás Sarkozy a sus "súbditos"). Este asunto puede ser de interés para los franceses pero a mí no me ha aportado mucho (al igual que la crítica hacia los presos de ETA en Celda 211 dirá poco o nada a espectadores de otros países). Aquí es donde Un profeta flaquea. Si se hubiera ceñido a la historia, habría ganado muchos puntos (y, de paso, podría haber recortado su excesiva duración)

Un profeta está nominada al Oscar como mejor película extranjera. Dudo que lo consiga. Este es el año de Haneke.

1 comentario:

francesca perna dijo...

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Francesca Perna
francesca.perna@yahoo.it