12 febrero 2010

El discreto encanto de Luis Buñuel

Una de mis malas costumbres es descubrir mediterráneos. Por norma digo que no a cualquier sugerencia cultural, a cualquier propuesta de actividad novedosa, a cualquier cambio. Un tipo de costumbres, vamos. Luego el azar me lleva a escuchar ese grupo del que me hablaron, a leer ese libro que desprecié, a subir a ese caballo que tanto miedo me daba. Y, claro, me gusta. Pero, uno que es maniático, debe descubrirlo por mí mismo.

Mi penúltimo hallazgo ha sido Luis Buñuel, un cineasta por el que siempre he sentido un profundo rechazo. Por clásico, por surrealista y por aragonés.

Los clásicos me dan pereza -como a la mayoría, supongo- pero luego me fascinan. El surrealismo me interesó en mis años de estudiante , y terminé por despreciarlo, como he hecho con todas las vanguardias y corrientes artísticas (culpa en parte del sistema educativo, que transmite la idea de que la historia avanza a mejor y, por tanto, toda expresión cultural pasada es simplista y parte de bases erróneas). Del trío Dalí-Lorca-Buñuel, éste último era el que menos me interesaba, los otros eran más "vistosos": hoy me sucede lo contrario.

Por último, siempre he minusvalorado lo cercano: lo aragonés o español (¿será ésta una característica extendida por estos lares?). Por tanto, cuando tuve la oportunidad de asistir a las clases de Agustín Sánchez Vidal, el mayor experto en Buñuel, la tiré por la borda. Me dormía en una de sus clases y pensaba que era otro profesorzuelo que eligió a Buñuel por su origen, como tantos otros que se dedican a estudiar lo local como única forma de medrar en una universidad ya de por sí paleta. Por supuesto, me equivocaba.

Así que, después de ver 4 películas y leer sus memorias, entono un mea culpa y proclamo que es uno de mis directores favoritos. ¿Un genio? Bueno, no nos pongamos tan solemnes.



Ayer vi El discreto encanto de la burguesía y aún sigo asombrado. El argumento es simple, casi pueril; una de esas historias que inventamos en la soledad del insomnio o contamos a un amigo con la quinta cerveza en la mano. Un grupo de personas de mediana edad y de clase alta (el concepto burguesía no debe de ser el mismo en Francia que aquí) intentan comer y cenar juntos sin lograrlo; por una u otra razón -a cada cual más disparatada- deben levantarse de la mesa antes de haber llegado al segundo plato. Y Buñuel utiliza esta historia para dar rienda suelta a todas sus obsesiones, filias y fobias; para atacar a la Iglesia y hablar de la corrupción política; para contar anécdotas sucedidas en la realidad y para narrar extraños sueños.

Embajadores que trafican con cocaína, terroristas de pacotilla, coroneles acomodados, repúblicas bananeras, brutalidad policial, venganzas con décadas de retraso, mansiones habitadas por snobs, mujeres que se emborrachan a la primera copa, infidelidades, violencia sexual, vacío existencial... Todo esto aparece en la película. y, aunque parezca increíble, lo hace con fluidez, sin estridencias.


Uno de los aspectos más curiosos es el modo en que Buñuel introduce la corrupción política sorteando la censura. Cuando los personajes hablan de tráfico de drogas o un ministro obliga a un policía a saltarse la ley vemos sus bocas moverse, pero las palabras quedan sepultadas por el ruido de un avión o el tableteo de una máquina de escribir. (Aun así, los censores franquistas suprimieron una escena).

La imagen final, repetida varias veces a lo largo de la película, muestra a los 5 personajes -trajeados, seguros de sí mismos- caminando por una carretera vacía. ¿Hacia dónde? Hacia ningún sitio: sus vidas son vacías, sin sentido.

Lo dicho. Habrá que seguir la trayectoria de este tal Buñuel, de quien tanto se habla.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Por favor, crea la categoría "Yo nunca..."

Bs,

C.

Jorge Ramiro dijo...

Hola! Excelente entrada! Luis Buñuel es un gran cineasta por lo q he oído... Según lo que me han comentado, hizo despegar de la butaca a más de uno. Saludos!