Esta semana, un grupo de personas torturó y ejecutó a las hijas de un asesino de mujeres en México. Al parecer, no es tan extraño que allí paguen justos por pecadores.
Esta noticia apareció mientras leía El poder del perro, un novelón en el que abundan este tipo de salvajadas.
México, cocaína, armas, prostitutas, sicarios, policías corruptos, irlandeses borrachos, agentes de la CIA, izquierdistas latinoamericanos, mercenarios ultraderechistas, las FARC, los paramilitares, Ronald Reagan, el Papa, el Opus Dei... Son algunos de los personajes de la novela de Don Winslow. Una adictiva novela que recuerda a las largas canciones de Bob Dylan, a las películas de Sam Peckinpah, a 2666 de Bolaño.
Un policía honrado ayuda sin querer al ascenso de un narcotraficante, en largo un prólogo que termina como la primera parte de El Padrino. A partir de entones gastará años, balas, salud, amigos y familiares en enmendar su error.
Por el camino, hay una clase magistral sobre el funcionamiento del narcotráfico en Latinoamérica; un resumen de los intentos de la CIA de acabar con todo vestigio de izquierdistas en el continente; una constatación del poder de la droga, que nombra y destituye presidentes, entonces y ahora; una crítica a la cúpula de la Iglesia, siempre alíada con los mismos; y un mensaje final: que la violencia, el dinero y el poder pueden ser drogas más duras que la cocaína.
Todo salpicado con centenares de muertos. Algunos culpables, muchos inocentes (el primero, un bebé tiroteado). Las descripciones de las venganzas, torturas y masacres no son aptas para estómagos delicados.
Lo malo es que El poder del perro no es sólo una novela, sino un puñado de casos reales, armados con las técnicas de la ficción. Todo lo que se cuenta, asegura el autor, ha sucedido. Cuesta creerlo, pero no hay más que leer el periódico para hacerlo.
Esta noticia apareció mientras leía El poder del perro, un novelón en el que abundan este tipo de salvajadas.
México, cocaína, armas, prostitutas, sicarios, policías corruptos, irlandeses borrachos, agentes de la CIA, izquierdistas latinoamericanos, mercenarios ultraderechistas, las FARC, los paramilitares, Ronald Reagan, el Papa, el Opus Dei... Son algunos de los personajes de la novela de Don Winslow. Una adictiva novela que recuerda a las largas canciones de Bob Dylan, a las películas de Sam Peckinpah, a 2666 de Bolaño.
Un policía honrado ayuda sin querer al ascenso de un narcotraficante, en largo un prólogo que termina como la primera parte de El Padrino. A partir de entones gastará años, balas, salud, amigos y familiares en enmendar su error.
Por el camino, hay una clase magistral sobre el funcionamiento del narcotráfico en Latinoamérica; un resumen de los intentos de la CIA de acabar con todo vestigio de izquierdistas en el continente; una constatación del poder de la droga, que nombra y destituye presidentes, entonces y ahora; una crítica a la cúpula de la Iglesia, siempre alíada con los mismos; y un mensaje final: que la violencia, el dinero y el poder pueden ser drogas más duras que la cocaína.
Todo salpicado con centenares de muertos. Algunos culpables, muchos inocentes (el primero, un bebé tiroteado). Las descripciones de las venganzas, torturas y masacres no son aptas para estómagos delicados.
Lo malo es que El poder del perro no es sólo una novela, sino un puñado de casos reales, armados con las técnicas de la ficción. Todo lo que se cuenta, asegura el autor, ha sucedido. Cuesta creerlo, pero no hay más que leer el periódico para hacerlo.
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