24 junio 2008

Ocho años de miedo

La última gira europea de George Bush cierra una etapa realmente amarga. Ocho años en los que el mundo, y en especial Estados Unidos, ha cambiado a peor. Es imposible detallar esta involución de la democracia en unas líneas. Quien mejor ha expresado la situación es el escritor y ensayista estadounidense Gore Vidal. “Vivimos en un país que da miedo. Hemos dejado atrás la república y hemos renunciado a la Carta Magna. Vamos a tardar 100 años en reparar todo el mal”.

Tampoco Europa está mucho mejor. Al margen de la crisis de identidad que el referéndum de Irlanda ha creado, en líneas generales hemos dado varios pasos atrás en materia de libertades y derechos civiles. Hace 2 semanas, Inglaterra, emblema el liberalismo y el progreso europeo, aprobó una ley que extiende el periodo de detención a sospechosos de terrorismo de 28 a 42 días. Es decir, cualquier persona puede ser arrestada al salir de su casa y permanecer detenida durante 42 días. Sin ninguna explicación, sin contacto con el exterior y sin asistencia jurídica.

Es sólo un ejemplo de cómo la histeria creada después de los atentados de 11 de septiembre ha erosionado los logros de la democracia en Europa. Pero podríamos hablar del elevado número de cámaras que vigilan los pasos de los ingleses por la calle, de las extremas medidas de seguridad en los aeropuertos, de la autocensura en todo lo tocante al Islam, de los vuelos de la CIA con personas detenidas de forma ilegal que repostaban en bases europeas…

Por supuesto, no hay que olvidar Guantánamo. La mera existencia de este campo de concentración basta para invalidar toda la Administración Bush. El Tribunal Supremo dictaminó hace poco que las personas allí encerradas tienen derechos amparados por la Constitución. Un revés dado por la única institución que ha plantado cara de forma seria a esta ignominia. El gobierno aceptó el rapapolvo, pero, fiel a su estilo, no va a cambiar sus planes. Ahora hay 5 personas sentadas ante un tribunal militar acusadas de planear los atentados de Nueva York; por lo menos una de ellas ha sido sometida a tortura, según ha admitido la propia CIA. Los juicios, a pesar de la sentencia, no se van a detener. Es la demostración fehaciente de que el actual gobierno estadounidense no siente respeto ni por el Tribunal Supremo.

En noviembre habrá relevo en la Casa Blanca. Buena parte del mundo –al cabo, las elecciones de Estados Unidos afectan al planeta entero– se pregunta quién ganará, si Obama o McCain, y si cambiará en algo la situación. Ambos candidatos han expresado su propósito de cerrar Guantánamo, un anuncio positivo y esperanzador. Es deseable que no sea ésta la única diferencia con la actual administración. La relación con España –prácticamente rota desde la retirada de las tropas de Irak–, la actitud benevolente hacia la política israelí o la escasa implicación en la lucha contra el cambio climático son algunos de los comportamientos que, a juicio de muchos, deberían mejorar.

A la espera de las elecciones, sólo queda despedir a George Bush como se merece, con alivio.

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