La primera vez que leí un relato de Raymond Carver, no sabía que estaba leyendo un relato de Raymond Carver. Las cosas importantes suceden sin darse uno cuenta. Sucedió en primero de bachillerato; tendría yo 16 años. Ahora hago cuentas y me parece una fecha demasiado temprana; pero fue entonces.
Comía en casa de un compañero de clase y por entonces amigo; ahora es ex-amigo (es odiosa gusta la expresión antiguo amigo; los amigos pasan a ser ex, como las parejas). Hacíamos tiempo en su cuarto escuchando a The Eagles, Hotel California; recuerdo que me gustaron varias cosas de su dormitorio que luego adquirí para el mío: una fotografía en blanco y negro del skyline de Nueva York, unas perchas de madera para colgar las chaquetas tras la puerta...
Me dijo, "Me han regalado este libro. Son cuentos, creo que te gustarán". Él no era muy lector, así que yo no me fié lo más mínimo. Leí el último relato, el más breve. Catedral, se titulaba.
Una mujer invita a un amigo ciego a cenar en su casa, junto con su marido. Los 3 cenan, beben unas copas, fuman un poco de marihuana. Hablan de catedrales y el ciego toca la cara del marido. Nada más.
No lo entendí, y no me gustó. Me resultó insulso, vacío. Pero no dije eso.
Saltemos ahora un par de años. Estoy en el Instituto de Idiomas de la Universidad. Cada semana voy a la biblioteca y curioseo libros. No cojo muchos. Un día tomo uno prestado, From the cradle to the grave. Busco lo que significa “cradle”, y me gusta el título.
Leo un par de relatos regulares y me detengo a mitad del tercero. Aquella historia la conocía. ¿La había leído, me la habían contado, la había visto en televisión?
No termino el cuento. Esa tarde convenzo a mi padre -una vez más, es quien saca la billetera; ahora ya no tengo ese privilegio- de que me compre el libro Catedral. Por la tarde está en mi mesa. La portada es la misma que vi años antes. Leo los relatos en poco tiempo. Y vuelvo a leer algunos. Sobre todo el último. Reconozco que el ciego me da un poco de miedo.
Con el tiempo leí todo Raymond Carver. Sus relatos, no sus poesías -alguna por accidente en Babelia, pero no cuenta- sus entrevistas, sus consejos a escritores principiantes. Quedé atrapado por su prosa, como tantos otros lectores y aprendices de escritor -el peligro de plagiar a Carver siempre acecha, aún hoy hay quienes caen en su embrujo. Mi libro preferido es una colección póstuma, Si me necesitas llámame. En él, su estilo es más depurado, más limpio, más fluido.
Cómo no, he visto Short Cuts, Vidas cruzadas; varias veces. Robert Altman hizo un magnífico trabajo mezclando los cuentos. No sólo filmó una maravillosa película coral, casi creó un género nuevo (luego han venido directores que pretendían rodar su particular Vidas cruzadas; pocos lo han logrado: se salvan de la quema Magnolia y Crash).
Hace un par de años descubrí en Internet un artículo de Alessandro Baricco en el que desmitificaba la prosa de Carver. Al parecer, Ray no escribía así; su editor pulía lo textos antes de darlos a imprenta. No importa. Un disco no es nada sin una buena edición de audio; en el cine, para que la lluvia parezca real, debe ser falsa.
Habría que darle las gracias al editor-corrector de textos: sin él, Carver sería otro cuentista más.
Comía en casa de un compañero de clase y por entonces amigo; ahora es ex-amigo (es odiosa gusta la expresión antiguo amigo; los amigos pasan a ser ex, como las parejas). Hacíamos tiempo en su cuarto escuchando a The Eagles, Hotel California; recuerdo que me gustaron varias cosas de su dormitorio que luego adquirí para el mío: una fotografía en blanco y negro del skyline de Nueva York, unas perchas de madera para colgar las chaquetas tras la puerta...
Me dijo, "Me han regalado este libro. Son cuentos, creo que te gustarán". Él no era muy lector, así que yo no me fié lo más mínimo. Leí el último relato, el más breve. Catedral, se titulaba.
Una mujer invita a un amigo ciego a cenar en su casa, junto con su marido. Los 3 cenan, beben unas copas, fuman un poco de marihuana. Hablan de catedrales y el ciego toca la cara del marido. Nada más.
No lo entendí, y no me gustó. Me resultó insulso, vacío. Pero no dije eso.
Saltemos ahora un par de años. Estoy en el Instituto de Idiomas de la Universidad. Cada semana voy a la biblioteca y curioseo libros. No cojo muchos. Un día tomo uno prestado, From the cradle to the grave. Busco lo que significa “cradle”, y me gusta el título.
Leo un par de relatos regulares y me detengo a mitad del tercero. Aquella historia la conocía. ¿La había leído, me la habían contado, la había visto en televisión?
No termino el cuento. Esa tarde convenzo a mi padre -una vez más, es quien saca la billetera; ahora ya no tengo ese privilegio- de que me compre el libro Catedral. Por la tarde está en mi mesa. La portada es la misma que vi años antes. Leo los relatos en poco tiempo. Y vuelvo a leer algunos. Sobre todo el último. Reconozco que el ciego me da un poco de miedo.
Con el tiempo leí todo Raymond Carver. Sus relatos, no sus poesías -alguna por accidente en Babelia, pero no cuenta- sus entrevistas, sus consejos a escritores principiantes. Quedé atrapado por su prosa, como tantos otros lectores y aprendices de escritor -el peligro de plagiar a Carver siempre acecha, aún hoy hay quienes caen en su embrujo. Mi libro preferido es una colección póstuma, Si me necesitas llámame. En él, su estilo es más depurado, más limpio, más fluido.
Cómo no, he visto Short Cuts, Vidas cruzadas; varias veces. Robert Altman hizo un magnífico trabajo mezclando los cuentos. No sólo filmó una maravillosa película coral, casi creó un género nuevo (luego han venido directores que pretendían rodar su particular Vidas cruzadas; pocos lo han logrado: se salvan de la quema Magnolia y Crash).
Hace un par de años descubrí en Internet un artículo de Alessandro Baricco en el que desmitificaba la prosa de Carver. Al parecer, Ray no escribía así; su editor pulía lo textos antes de darlos a imprenta. No importa. Un disco no es nada sin una buena edición de audio; en el cine, para que la lluvia parezca real, debe ser falsa.
Habría que darle las gracias al editor-corrector de textos: sin él, Carver sería otro cuentista más.
1 comentario:
A mí tamén me encanta Carver y considero que "Catedral" es su mejor libro de relatos, junto con "De qué hablamos cuando hablamos de amor". Aunque ahora es copiado hasta la saciedad y está sobrevalorado por muchos autores, Carver escribe con una prosa sincera, directa y sin grandes pretensiones, que te llega al fondo del alma. No conocía las entrevistas que linkeas en el post, gracias.
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