La guerra de Irak ha causado al menos 600 mil muertos (y subiendo), pero puede causar muchos más. Millones.
Me explico. Dijera lo que dijera la Ministra de Exteriores de aquel tiempo -que ahora me parece demasiado oscuro, por no decir siniestro-, el petróleo no ha parado de subir desde el 19 de marzo de 2003. Ese año el barril de Brent cotizaba a 30 dólares; hoy a 120. Por supuesto, durante estos años ha habido fluctuaciones, pero la tendencia ha sido imparable.
Esta subida del crudo ha llevado a los gobiernos y empresas a buscar alternativas. El oro negro era demasiado caro, quizá era hora de escuchar nuevas propuestas y crear energía con otras materias primas. Ya se habían realizado algunos intentos con el aire, el agua y el sol. Ninguno con resultados espectaculares. El ahorro era mínimo, y se necesitaba mucho tiempo y mucha infraestructura para producir energía (amén de que unas pocas placas solares o cuatro molinos de viento no solucionaban nada: si al menos se generalizase su uso... pero era demasiado costoso).
Se pensó entonces en los biocombustibles. En estos tiempos en que todo debe ser verde, parecía una solución eficaz, a la par que moderna y popular. Era relativamente simple: la caña de azúcar o la soja podían producir etanol; lo transformaban en combustible y listo, a las gasolineras. Esta técnica es bastante común en Brasil; la implantaron hace varias décadas, en la penúltima subida del petróleo. Su uso disminuyó cuando el precio de la caña de azúcar subió y el petróleo volvió a su cotización normal.
Ahora se ha repetido el intento, pero a escala mundial. Y las consecuencias han sido las mismas.
En Argentina los campos de pasto se convirtieron para producir biocombustible. Estas plantaciones dan beneficios cada 6 meses, mientras que las dedicadas a alimentar a las vacas lo hacían cada pocos años. Parecía un buen negocio hasta que el precio de carne de vaca comenzó a subir hasta triplicarse. El llamado granero del mundo saltó a las noticias cuando comenzaron a morir niños por desnutrición (aunque a esta vergüenza también contribuyó la clase política y económica argentina).
En Mexico el precio del maíz, alimento básico, llegó a ser el más alto del mundo.
Las consecuencias para el medio ambiente también han sido nefastas. La producción de soja en Brasil para transformarla en combustible amenaza con destruir el Amazonas.
Y sólo hablo de América Latina.
Esta semana, la subida de los precios del arroz han originado revueltas en África y racionamiento en comercios de Estados Unidos (algo que no había sucedido ni durante la Segunda Guerra Mundial). Únicamente en el sudeste asiático la producción y distribución de este alimento -capital para 3 mil millones de personas en todo el mundo- permanece estable.
Pero, ¿durante cuánto tiempo?
Durante la Edad Moderna hubo decenas de motines en las ciudades europeas debido a la subida de los precios de los alimentos. En una época en la que la gente estaba “acostumbrada” a pasarlo mal, en la que la sumision a los poderes estatales y religiosos era casi absoluta y en la que las comunicaciones no existían, la gente salía a las calles a protestar por los precios del pan.
¿Qué no pasará hoy, después de Seattle, conectados globalmente gracias a Interet y sabedores del poder que tiene una buena manifestación televisada?
Hace un tiempo se decía que las migraciones serían el gran reto del siglo XXI. En parte es cierto. Pero quizá el hambre (que en el Primer Mundo queda muy, muy lejano), se convierta en el mayor problema.
Si eso sucede, tendremos que recordar a George Bush y compañía, y agradecerles haber puesto su granito de arena.
Me explico. Dijera lo que dijera la Ministra de Exteriores de aquel tiempo -que ahora me parece demasiado oscuro, por no decir siniestro-, el petróleo no ha parado de subir desde el 19 de marzo de 2003. Ese año el barril de Brent cotizaba a 30 dólares; hoy a 120. Por supuesto, durante estos años ha habido fluctuaciones, pero la tendencia ha sido imparable.
Esta subida del crudo ha llevado a los gobiernos y empresas a buscar alternativas. El oro negro era demasiado caro, quizá era hora de escuchar nuevas propuestas y crear energía con otras materias primas. Ya se habían realizado algunos intentos con el aire, el agua y el sol. Ninguno con resultados espectaculares. El ahorro era mínimo, y se necesitaba mucho tiempo y mucha infraestructura para producir energía (amén de que unas pocas placas solares o cuatro molinos de viento no solucionaban nada: si al menos se generalizase su uso... pero era demasiado costoso).
Se pensó entonces en los biocombustibles. En estos tiempos en que todo debe ser verde, parecía una solución eficaz, a la par que moderna y popular. Era relativamente simple: la caña de azúcar o la soja podían producir etanol; lo transformaban en combustible y listo, a las gasolineras. Esta técnica es bastante común en Brasil; la implantaron hace varias décadas, en la penúltima subida del petróleo. Su uso disminuyó cuando el precio de la caña de azúcar subió y el petróleo volvió a su cotización normal.
Ahora se ha repetido el intento, pero a escala mundial. Y las consecuencias han sido las mismas.
En Argentina los campos de pasto se convirtieron para producir biocombustible. Estas plantaciones dan beneficios cada 6 meses, mientras que las dedicadas a alimentar a las vacas lo hacían cada pocos años. Parecía un buen negocio hasta que el precio de carne de vaca comenzó a subir hasta triplicarse. El llamado granero del mundo saltó a las noticias cuando comenzaron a morir niños por desnutrición (aunque a esta vergüenza también contribuyó la clase política y económica argentina).
En Mexico el precio del maíz, alimento básico, llegó a ser el más alto del mundo.
Las consecuencias para el medio ambiente también han sido nefastas. La producción de soja en Brasil para transformarla en combustible amenaza con destruir el Amazonas.
Y sólo hablo de América Latina.
Esta semana, la subida de los precios del arroz han originado revueltas en África y racionamiento en comercios de Estados Unidos (algo que no había sucedido ni durante la Segunda Guerra Mundial). Únicamente en el sudeste asiático la producción y distribución de este alimento -capital para 3 mil millones de personas en todo el mundo- permanece estable.
Pero, ¿durante cuánto tiempo?
Durante la Edad Moderna hubo decenas de motines en las ciudades europeas debido a la subida de los precios de los alimentos. En una época en la que la gente estaba “acostumbrada” a pasarlo mal, en la que la sumision a los poderes estatales y religiosos era casi absoluta y en la que las comunicaciones no existían, la gente salía a las calles a protestar por los precios del pan.
¿Qué no pasará hoy, después de Seattle, conectados globalmente gracias a Interet y sabedores del poder que tiene una buena manifestación televisada?
Hace un tiempo se decía que las migraciones serían el gran reto del siglo XXI. En parte es cierto. Pero quizá el hambre (que en el Primer Mundo queda muy, muy lejano), se convierta en el mayor problema.
Si eso sucede, tendremos que recordar a George Bush y compañía, y agradecerles haber puesto su granito de arena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario