22 abril 2008

Caro Moretti

Desde hacía casi un año, tenía pendiente ver Caro diario, de Nanni Moretti. Era una de esas películas conocidas que todas las críticas alaban; una de ésas películas “que hay que ver”. Por una razón u otra – principalmente por mi injusto desinterés hacia la cultura italiana, vete tú a saber por qué- no me decidía a hacerlo. Me producía también cierto rechazo la fama de artista político que rodea a Nanni Moretti; no suelen gustarme las obras “con mensaje”: prefiero leer un buen análisis en prensa.

Sin embargo, ayer leí un post de Jonás Trueba en El Mundo y me convenció. Lo cierto es que fue sencillo: colgó un fragmento de la película en el que suenan unos minutos del Köln Concert, de mi querido Keith Jarrett. Una vez visto ese fragmento, era imposible resistir a la tentación.

caro diario

Caro diario -suena mejor que la traducción, Querido diario; y como siempre, mejor verla en versión original- narra 3 episodios de la vida de Nanni Moretti, que ejerce de productor, escritor director y protagonista.

El primero en un sencillo paseo en moto por una Roma casi desierta. Es agosto y una estupenda voz en off -cómo no, de Moretti- habla de los cines cerrados, de las malas películas que exhiben en los pocos abiertos, de su pasión por las fachadas de los edificios, de su sueño, bailar como un verdader maestro.

En una mala película que Nanni ve a desgana, los protagonistas, amargados y aburridos de sí mismos, se quejan de sus aspiraciones truncadas: gritaron cosas violentas e injustas para cambiar el mundo y ahora han degenerado en aburridos publicistas y abogados. Nanni no: gritaba cosas justas y ahora es un “espléndido cuarentón”. Justo al terminar esa frase, comienza I'm your man, de Leonard Cohen.

La música es de suma importancia en Caro diario. Hay muy poco diálogo, sobre todo en la primera parte. Es la musica la que nos conduce por Roma (me recordó a El cielo sobre Berlín, otra bella película). Al final del capítulo encontramos la escena antes mencionada. Nanni recuerda que nunca ha visitado el lugar donde asesinaron a Pier Paolo Pasolini. Toma su moto y se dirige a la playa, a ver la estatua que conmemora su figura. No hay diálogo, ni voz en off, ni sonido ambiente. Sólo las bellísimas notas de Keith Jarrett.



Los fragmentos restantes tienen un tono distinto. El segundo capítulo cuenta una visita que hace a un extraño amigo que se retiró del mundanal para estudiar el Ulises de Joyce. Al final, huye despavorido de una isla casi desierta porque no hay electricidad; no hay televisión y, por tanto, no puede ver los culebrones, a los que se ha vuelto adicto. Entre medias, un recorrido por las islas italianas en los que Nanni e burla de la familia italiana, del tráfico, de la afición por el mal gusto de sus compatriotas.

El último capítulo es más amargo. Nanni graba una sesión de quimioterapia; lucha contra un cáncer. El hombre vital con mirada curiosa (tiene mirada de niño, del niño que descubre el mar por primera vez) está sucio, despeinado y viste pijama. Se salva, por supuesto. Y para exorcizar su enfermedad, ¿qué mejor modo que narrar el cúmulo de despropósitos médicos que le llevaron a la cama del hospital? Consulta tras consulta, vemos cómo recibe decenas y decenas de recetas médicas: todas inútiles.



Al final, el protagonista extrae dos conclusiones: los médicos hablan pero no escuchan, y hay un beber un vaso de agua en ayunas cada mañana.

Una tercera, ésta por mi cuenta. Después de pasar 90 minutos con una sonrisa de felicidad, sólo puedo decir, ¡viva Moretti!

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