05 abril 2008

El daño más vil

Todos lo sabemos. O lo intuimos o imaginamos. Podemos intentar convencernos -a veces lo conseguimos- de que son rumores malintencionados, mentiras creadas para debilitar al enemigo -como cuando decían que los comunistas comían niños-; pero hay que asumir la verdad. Estados Unidos tortura.

No descubro nada nuevo. Hace un mes George Bush vetó un proyecto de ley que prohibía el waterboarding (simulación de asfixia). De no existir el veto presidencial, la tortura hoy sería ilegal en Estados Unidos (ahora es legal; Bush la considera "una herramienta vital para detener terroristas").


Waterboard3-small

Ya digo, nada nuevo bajo el sol. Escribo esto porque en el blog Crónicas de Oriente Próximo hay un post en el que una mujer relata su paso por la cárcel y la tortura. Y me he acordado de la España de los años 40; y de Argentina; y de Chile; y de la Inquisición.

Siempre he pensado que la tortura es el daño más vil que se puede infligir a una persona. Estas -y otras muchas- declaraciones me lo confirman.


Tal como estábamos, descalzas, en camisón y sin velo, nos obligaron a salir de la casa. Nos pusieron sacos en la cabeza y nos ataron las manos con bridas.

Me metieron en una sala donde me preguntaron por mis relaciones con grupos de resistencia. Cuando dije que no tenía ningún trato con ellos me dijeron: "¿Ves a estas dos mujeres? Te van a torturar". Y me pasaron a una sala de seis por tres metros, donde una de ellas me agarró del pelo y me estampó la cabeza contra la pared hasta que casi perdí el sentido. Cuando me desvanecía, me lanzaba agua helada. Yo sólo pedía a Dios que me enviara la muerte.

Llegó otro investigador americano. Les preguntó si había confesado, y al responder que no les dijo que me pegaran más fuerte. Me llevaron a otra celda, donde me agredieron aún más. Cuando dejaban de pegarme me obligaban a estar de pie para que no durmiera.

Me dijeron que era el demonio, que no creía en la Biblia ni en el Corán. Entonces me llevaron de rodillas a otra celda, me arrancaron la ropa y me echaron agua helada. Con una sonda de plástico rellena de madera me golpearon todo el cuerpo, concentrándose en mis huesos, en el cuello y la espalda

Estaba histérica pensando en que pudieran violarla (a mi hija). Sólo pude verla unos segundos. Vestía su camisón y le habían cortado el pelo. Cuando nos separaron, oí un disparo. Me dijeron que la habían matado.

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