Animado por [el ojo fisgón], inicio una serie de posts en los que trataré de redactar una suerte de "biografía literaria". De alguna forma, la vida de un lector podría contarse a través de los libros que ha leído; de los libros que no ha leído; de aquellos que le marcaron; de los momentos en que conoció la obra de un escritor importante para él; de los periodos de lectura voraz y frenética; de los periodos de ausencia de lectura.
Sin especial orden, comienzo la sección hablando de Quim Monzó. En mi memoria su libro Ochenta y seis cuentos figura como el primer libro de Anagrama que compré por propia voluntad. Sé que es erróneo (reviso mi archivo y compruebo que antes de Monzó ya había comprado y leído todo Raymond Carver), pero la memoria es traicionera. (Todos estos posts son susceptibles, pues, de contener graves o cómicos errores temporales).
Durante un tiempo, Canal+ regalaba a sus clientes una suscripción de 6 meses a El País. Por aquel entonces -año 2001- no conocía las relaciones entre ambos medios. Canal+ era una cadena donde ponían buen cine y algunas series interesantes (amén de las consabidas películas de los viernes por la noche, pero esa es otra historia). El País era un periódico "serio", lo que leían los mayores. A esa edad ya era mayorcito, pero nunca me había acercado a la prensa. Obligaba a mis padres a comprar el Heraldo de Aragón para ver la programación de televisión y la cartelera; cambiaba de canal cuando comenzaba el telediario (eran mucho mejor Los Simpsons) y la radio que escuchaba durante el desayuno era una pequeña tortura que no podía evitar... Las cosas han cambiado (y de qué manera).
Pues bien, poco a poco comencé a prestar atención a El País. primero fue la sección de Cultura, y después Internacional. Durante los meses que duró la suscripción (y tiempo después, cuando hacía que mis padres compraran el diario cada mañana) fue fue mi única fuente informativa. De algún modo, lo supe algunos años después, El País fue mi escuela alternativa. Lo que en el pasado fue la Iglesia o que para algunos fue el cine o las historias de sus abuelos, fue para mí el diario de PRISA. Co todo lo que eso conlleva. (Ahora, por suerte, soy más abierto; pero leer El País en papel los domingos me sigue produciendo una extraña felicidad).
Un sábado apareció en Babelia una publicidad de Ochenta y seis cuentos. Bajo la portada habría alguna frase de alas que suelen colocar las editoriales para atraer al lector. No recuerdo leer ninguna reseña, aunque supongo que la habría. Yo por entonces ya había leído algún libro de cuentos "básico". Cortázar, Benedetti... Quise probar con Monzó.
Varios días después me encontraba en un pueblo de la costa. Era Semana Santa. Normalmente suelo encerrarme en una habitación y leer y estudiar como un poseso (lo de estudiar ya lo he dejado; estoy mejor). Aquellas fiestas agoté mis reservas de libros. No hay nada mas angustioso que estar en la playa sin lectura. Es peligroso para la salud.
Me obligaron a salir de casa y fuimos al pueblo con unos amigos de mis padres. Tomamos una cerveza o una coca cola cerca de una librería pequeñita. Como forma de vengarme por haberme sacado de casa pedí a mi padre que me comprase un libro. Accedió.
No tenía ningún título en mente. Necesitaba un libro, sólo eso. Y ahí estaba Quim Monzó. Grueso y amarillo. Prometedor. Leí la contraportada. Lo comparaban, creo recordar, con Rabelais y Kafka. Me sonaban sus nombres, pero no los asociaba con el humor que prometía la editorial. Era caro, quizá 3000 pesetas (y qué raro se hace escribir "pesetas"). Mi padre refunfuñó. "Un autor desconocido y catalán". Sucede igual con la música; puedo escuchar a Bob Dylan, pero si compro un disco de Serrat en catalán se extrañan. Al final cedió.
Lo abrí en la mesa de la terraza, mientras los adultos hablaban. El primer cuento lo tuve que leer dos veces. ¿Qué era eso? Nada parecido a lo de antes. Había humor, sí. Pero también reflexión, inteligencia y humanidad. Terminé el libro en unos 3 días. Y supe que había cruzado una pequeña frontera. Y que no había marcha atrás...
Sin especial orden, comienzo la sección hablando de Quim Monzó. En mi memoria su libro Ochenta y seis cuentos figura como el primer libro de Anagrama que compré por propia voluntad. Sé que es erróneo (reviso mi archivo y compruebo que antes de Monzó ya había comprado y leído todo Raymond Carver), pero la memoria es traicionera. (Todos estos posts son susceptibles, pues, de contener graves o cómicos errores temporales).
Durante un tiempo, Canal+ regalaba a sus clientes una suscripción de 6 meses a El País. Por aquel entonces -año 2001- no conocía las relaciones entre ambos medios. Canal+ era una cadena donde ponían buen cine y algunas series interesantes (amén de las consabidas películas de los viernes por la noche, pero esa es otra historia). El País era un periódico "serio", lo que leían los mayores. A esa edad ya era mayorcito, pero nunca me había acercado a la prensa. Obligaba a mis padres a comprar el Heraldo de Aragón para ver la programación de televisión y la cartelera; cambiaba de canal cuando comenzaba el telediario (eran mucho mejor Los Simpsons) y la radio que escuchaba durante el desayuno era una pequeña tortura que no podía evitar... Las cosas han cambiado (y de qué manera).
Pues bien, poco a poco comencé a prestar atención a El País. primero fue la sección de Cultura, y después Internacional. Durante los meses que duró la suscripción (y tiempo después, cuando hacía que mis padres compraran el diario cada mañana) fue fue mi única fuente informativa. De algún modo, lo supe algunos años después, El País fue mi escuela alternativa. Lo que en el pasado fue la Iglesia o que para algunos fue el cine o las historias de sus abuelos, fue para mí el diario de PRISA. Co todo lo que eso conlleva. (Ahora, por suerte, soy más abierto; pero leer El País en papel los domingos me sigue produciendo una extraña felicidad).
Un sábado apareció en Babelia una publicidad de Ochenta y seis cuentos. Bajo la portada habría alguna frase de alas que suelen colocar las editoriales para atraer al lector. No recuerdo leer ninguna reseña, aunque supongo que la habría. Yo por entonces ya había leído algún libro de cuentos "básico". Cortázar, Benedetti... Quise probar con Monzó.
Varios días después me encontraba en un pueblo de la costa. Era Semana Santa. Normalmente suelo encerrarme en una habitación y leer y estudiar como un poseso (lo de estudiar ya lo he dejado; estoy mejor). Aquellas fiestas agoté mis reservas de libros. No hay nada mas angustioso que estar en la playa sin lectura. Es peligroso para la salud.
Me obligaron a salir de casa y fuimos al pueblo con unos amigos de mis padres. Tomamos una cerveza o una coca cola cerca de una librería pequeñita. Como forma de vengarme por haberme sacado de casa pedí a mi padre que me comprase un libro. Accedió.
No tenía ningún título en mente. Necesitaba un libro, sólo eso. Y ahí estaba Quim Monzó. Grueso y amarillo. Prometedor. Leí la contraportada. Lo comparaban, creo recordar, con Rabelais y Kafka. Me sonaban sus nombres, pero no los asociaba con el humor que prometía la editorial. Era caro, quizá 3000 pesetas (y qué raro se hace escribir "pesetas"). Mi padre refunfuñó. "Un autor desconocido y catalán". Sucede igual con la música; puedo escuchar a Bob Dylan, pero si compro un disco de Serrat en catalán se extrañan. Al final cedió.
Lo abrí en la mesa de la terraza, mientras los adultos hablaban. El primer cuento lo tuve que leer dos veces. ¿Qué era eso? Nada parecido a lo de antes. Había humor, sí. Pero también reflexión, inteligencia y humanidad. Terminé el libro en unos 3 días. Y supe que había cruzado una pequeña frontera. Y que no había marcha atrás...
1 comentario:
¡Ey, te animaste a hacer la biografía literaria!
Cuánto me alegra, Raúl. Veo que nos cruzamos mucho con Quim Monzó...
Un saludo.
Martín.
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