El José María Aznar que gobernó entre 1996 y 2000 no es el mismo José María Aznar que desgobernó hasta 2004. El primer Aznar entró casi de puntillas a La Moncloa, cuidando las miradas y comentarios. Hizo su trabajo como mejor creyó, y muchos ciudadanos se sintieron satisfechos con él. Una vez logró la mayoría absoluta, se soltó la melena, dejó de fingir que le importaba lo que decían de él, e hizo lo que realmente quería hacer. Se tomó a sí mismo demasiado en serio; se creyó su papel. Se le subió la fama y el poder a la cabeza.
Cambiemos el mundo de la política por el mundo del cine, cambiemos a José María por Isabel Coixet y tendremos un cuadro preciso de la trayectoria de a cineasta y de las razones por las que su última película es un pretenciosa, aburrida y, En última instancia, vacía.
Isabel Coixet es una cineasta muy personal: en cada una de sus películas podemos encontrar detalles, planos músicas y gestos escogidos por el puro placer de incluirlo en la película. No es algo exclusivo de ella: la obra entera de Tarantino es una excusa para hablar de las películas y canciones que le gustan; Almodóvar cuida mucho lo que lee, ve o escucha sus protagonista.
Pero una película es más que la suma de detalles personales, de guiños al público fiel. Los detalles son detalles, momentos puntuales que relajan al espectador de la trama para que sonría al recordar una música, un gesto, una imagen ya vista anteriormente. Mapa de los sonidos de Tokio no es tanto una película como una suma de detalles.
Coixet se ha creído su papel de artista cool y personalísima, ha olvidado que los espectadoras no fueron a ver La vida secreta de las palabras por la música de Antony and the Johnsons sino por la historia de amor que allí se contaba. En Mapa de los sonidos de Tokio (por cierto, está bien que los títulos sean bonitos, pero hay un límite) prima la música sobre la narración.
¿Qué cuenta, realmente la película? Intenta narrar -no lo logra- la historia de amor entre una asesina a sueldo y el hombre al que debe matar. Es una buena premisa (aunque el final esté claro demasiado pronto). Pero este argumento se ve difuminado y oscurecido por un anciano que, de cuando en cuando, habla en off y da su opinión sobe la chica y su aventura. Un anciano que se dedica a grabar los sonidos de Tokio. Un personaje sin ningún interés y, más aún, innecesario. ¿Quién es? ¿De dónde sale?
Un estorbo más.
Como lo es Tokio en sí. Isabel Coixet se ha enamorado de la ciudad y quiere que sus espectadores también lo hagan. Para eso salpica -mancha- la película con planos, sonidos y escenas completas sobre el modo de vida japonés (el WC, el modo de comer ramen), sus extrañas costumbres (día del beso, día de la ira) o sus no-lugares (hoteles del amor, karaokes). Como si fuera las notas a pie de página de un ensayo. El protagonista dice en un momento dado que no hay diferencia entre los japoneses y los occidentales. Si no la hay ¿por qué mostrarla en pantalla?
Uno puede viajar a Japón a descubrir los nexos de unión entre las culturas, a comprobar que, efectivamente, la alegría y el llanto son iguales en Osaka que en Zaragoza; o puede ir con el dedo en alto señalando las diferencias y las "rarezas" de sus habitantes. Volverá a casa igual de vacío y lleno de prejuicios que se fue, y cuando hable de su viaje no incitará a sus amigos a ir a Japón. Es lo que sucede con Mapa de los sonidos de Tokio. Se esfuerza tanto en enseñarnos las "peculiaridades" del país que uno sale del cine sin ganas de visitarlo.
Otro estorbo, quizá el mayor, es la imagen. Hay películas maravillosas con planos sencillos y directos (Gran Torino), hay películas soberbias con planos complejos (las últimas de Almodóvar) y hay películas en las que el cineasta llena la pantalla de imágenes tan bonitas que acaban por empalagar. Es el caso de Mapa de los sonidos de Tokio. Está claro que Isabel Coixet sabe grabar planos bonitos, sabe dirigir a su fotógrafo y su cámara; sabe utilizar la música adecuada en el momento preciso. Pero ¿tiene que demostrarlo a cada segundo de la película? No. Definitivamente, no es necesario.
En la Historia de la Literatura existe un movimiento llamado Modernismo. Buscaba la perfección formal, la musicalidad, lo temas exóticos y la sensualidad. Fue un movimiento interesante en sus primeros años, pero terminó siendo un fin en sí mismo. Los modernistas buscaban la perfección y la belleza sólo por el placer de encontrarla. De tan bellos que eran sus poemas, eran insoportables.
Isabel Coixet podría haber caído en la misma trampa.
Su mejor película sigue siendo Cosas que nunca te dije. Una historia de amor con poco presupuesto, actores casi desconocidos y sin pretensiones. Lo demás son añadidos, ruido.
Cambiemos el mundo de la política por el mundo del cine, cambiemos a José María por Isabel Coixet y tendremos un cuadro preciso de la trayectoria de a cineasta y de las razones por las que su última película es un pretenciosa, aburrida y, En última instancia, vacía.
Isabel Coixet es una cineasta muy personal: en cada una de sus películas podemos encontrar detalles, planos músicas y gestos escogidos por el puro placer de incluirlo en la película. No es algo exclusivo de ella: la obra entera de Tarantino es una excusa para hablar de las películas y canciones que le gustan; Almodóvar cuida mucho lo que lee, ve o escucha sus protagonista.
Pero una película es más que la suma de detalles personales, de guiños al público fiel. Los detalles son detalles, momentos puntuales que relajan al espectador de la trama para que sonría al recordar una música, un gesto, una imagen ya vista anteriormente. Mapa de los sonidos de Tokio no es tanto una película como una suma de detalles.
Coixet se ha creído su papel de artista cool y personalísima, ha olvidado que los espectadoras no fueron a ver La vida secreta de las palabras por la música de Antony and the Johnsons sino por la historia de amor que allí se contaba. En Mapa de los sonidos de Tokio (por cierto, está bien que los títulos sean bonitos, pero hay un límite) prima la música sobre la narración.
¿Qué cuenta, realmente la película? Intenta narrar -no lo logra- la historia de amor entre una asesina a sueldo y el hombre al que debe matar. Es una buena premisa (aunque el final esté claro demasiado pronto). Pero este argumento se ve difuminado y oscurecido por un anciano que, de cuando en cuando, habla en off y da su opinión sobe la chica y su aventura. Un anciano que se dedica a grabar los sonidos de Tokio. Un personaje sin ningún interés y, más aún, innecesario. ¿Quién es? ¿De dónde sale?
Un estorbo más.
Como lo es Tokio en sí. Isabel Coixet se ha enamorado de la ciudad y quiere que sus espectadores también lo hagan. Para eso salpica -mancha- la película con planos, sonidos y escenas completas sobre el modo de vida japonés (el WC, el modo de comer ramen), sus extrañas costumbres (día del beso, día de la ira) o sus no-lugares (hoteles del amor, karaokes). Como si fuera las notas a pie de página de un ensayo. El protagonista dice en un momento dado que no hay diferencia entre los japoneses y los occidentales. Si no la hay ¿por qué mostrarla en pantalla?
Uno puede viajar a Japón a descubrir los nexos de unión entre las culturas, a comprobar que, efectivamente, la alegría y el llanto son iguales en Osaka que en Zaragoza; o puede ir con el dedo en alto señalando las diferencias y las "rarezas" de sus habitantes. Volverá a casa igual de vacío y lleno de prejuicios que se fue, y cuando hable de su viaje no incitará a sus amigos a ir a Japón. Es lo que sucede con Mapa de los sonidos de Tokio. Se esfuerza tanto en enseñarnos las "peculiaridades" del país que uno sale del cine sin ganas de visitarlo.
Otro estorbo, quizá el mayor, es la imagen. Hay películas maravillosas con planos sencillos y directos (Gran Torino), hay películas soberbias con planos complejos (las últimas de Almodóvar) y hay películas en las que el cineasta llena la pantalla de imágenes tan bonitas que acaban por empalagar. Es el caso de Mapa de los sonidos de Tokio. Está claro que Isabel Coixet sabe grabar planos bonitos, sabe dirigir a su fotógrafo y su cámara; sabe utilizar la música adecuada en el momento preciso. Pero ¿tiene que demostrarlo a cada segundo de la película? No. Definitivamente, no es necesario.
En la Historia de la Literatura existe un movimiento llamado Modernismo. Buscaba la perfección formal, la musicalidad, lo temas exóticos y la sensualidad. Fue un movimiento interesante en sus primeros años, pero terminó siendo un fin en sí mismo. Los modernistas buscaban la perfección y la belleza sólo por el placer de encontrarla. De tan bellos que eran sus poemas, eran insoportables.
Isabel Coixet podría haber caído en la misma trampa.
Su mejor película sigue siendo Cosas que nunca te dije. Una historia de amor con poco presupuesto, actores casi desconocidos y sin pretensiones. Lo demás son añadidos, ruido.
4 comentarios:
A mí me gustó: Mi vida sin mí. No me encantó, pero sí, disfruté viéndola. Sin embargo, Elegy, me pareció tan aburrida que no logré acabarla. Una decepción como un camión.
Para mí Isabel tiene unos registros muy limitados, que se basan casi en la obligación de ser "cool" a la manera que se ha autoimpuesto, y todas sus películas casi me parecen iguales, sin ninguna aportación nueva. No sé, no sé, quizás dentro de unos años evolucione, como lo evolucionaron Woody Allen con MachtPoint, o Almodovar (que habrá a quienes no le gustó el cambio, y a otros sí) con Volver, para bien o para mal creo que debe hacerlo porque esa parsimonia me resulta ya tan pretenciosa, ingrata, y hasta de cachondeo por parte de ella.
En fin, intentaré no ver esta de Japón. Lo mejor sería dejarla de votar, de ir al cine... como hicieron con Aznar...
Raúl, una vez más, ante Coixet discrepamos. A mi sí me ha gustado, puede que no tanto como otras, pero me sigue gustando su manera personal de enfocar las historias. Lo único realmente desagradable en esta película es la voz de Sergi López, que tiene menos gracia el pobre... da ganas de meterle un collejazo!!! en fin, nos vemos. un besote.
A mi esta buena señora no me gusta y podría poner un montón de motivos, pero una cosa sí te diré aqui en Tarragona parace que mea colonia porque más publicidad que le han dado y mejor que han hablado de ella, imposible.
Por cierto, totalmente de acuerdo con Gran Torino
A mi no sé por qué el personaje de Sergi tampoco me agrada. Aunque la peli no la he visto, sólo trocitos.
Me gustó mucho "Mi vida sin mí" y también "La vida secreta de las palabras", ahora pienso que debería volver a verlas por lo que dices de los detalles, algunas escenas son alucinantes.
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