He pasado medio julio de vacaciones y otro medio esperando las de agosto. Durante este tiempo me he resistido a poner el cartel de cerrado; pero tampoco he tenido ganas, ni tiempo, de escribir aquí.
Ahora lo cuelgo. Hasta la vuelta.
31 julio 2009
22 julio 2009
Perpetuarse en el poder (o acudir de nuevo a las urnas)
Cada vez que escucho cierta expresión en los informativos, se me encienden las alarmas. La piel se me eriza, mis dientes chirrían, crece en mi interior el impulso de lanzar el tenedor al televisor y prohibir la entrada del diabólico aparato en mi casa. La odiada expresión es: "X pretende cambiar la constitución para perpetuarse en el poder"
Estas pocas palabras valen para descalificar a cualquier político. No importa su pasado, sus logros, su apoyo popular. Si quiere "perpetuarse en el poder" es un dictador, o un protodictador
Este protodictador siempre es un político de izquierdas, claro. ¿Alguien a oído decir "Álvaro Uribe quiere perpetuarse en el poder"? No, por supuesto. Pero ha hecho lo mismo que intentaba Manuel Zelaya en Honduras; la diferencia es que Uribe es de derechas y amigo de Estados Unidos (aunque tenga vínculos con el narcotráfico, su parlamento esté corrupto hasta la médula y practique el terrorismo de estado). Así que nadie (léase Estados Unidos y Europa) le pone pegas.
Por lo visto, para los medios españoles la ausencia de límites en la reelección es el camino directo hacia la dictadura. Pero olvidan que en Europa no existen tales límites. Que en España la Constitución (tan alabada cuando toca) no establece ninguna traba a la reelección. Felipe González gobernó 13 años; se presentó a las urnas hasta que los ciudadanos le retiraron su confianza. Igual que hicieron Zapatero en 2008 o Aznar en 2000. ¿También son dictadores?
Por lo general, una constitución no nace en circunstancias normales (y el caso nuestro es un buen ejemplo). Nacen de guerras, de golpes de Estado, de derrocamientos de dictaduras... En este contexto, la Carta Magna nunca es inocente. Si nos ponemos a analizar punto por punto el texto legal supremo español, podríamos sacar unas cuantas conclusiones que puede que disgustaran a muchos...
Por ello, en ocasiones los gobiernos están la obligación de cambiarla. ¿O acaso están escritas en sangre de virgen sobre mármol de Carrara? Reformar la constitución requiere esfuerzo, aunar voluntades, derribar o esquivar escollos.
Es lo que ha ocurrido en Honduras. Manuel Zelaya no quiere "perpetuarse en el poder": quiere presentarse a la reelección.
Pero esto no se puede o no se quiere explicar en un informativo. Es más fácil ventilar el asunto en una frase. Y los espectadores se la creen.
El último ejemplo lo vi este fin de semana en TVE. Recordaban la revolución sandinista y terminaron la pieza diciendo que Daniel Ortega, de nuevo en el gobierno, cambiará la constitución para... Ya saben.
Por la tarde discutí el asunto con un compañero del trabajo. Dijo que aquí nadie se perpetuaba en el poder, y el recordé que había un hombre llamado Juan Carlos que, de hecho, sí ostentaba la jefatura de Estado de por vida. Pero de eso nadie se acuerda. Por cierto que hoy hace 40 años que Franco le nombró sucesor... ¿Será España una dictadura (y no lo sabremos)?
Estas pocas palabras valen para descalificar a cualquier político. No importa su pasado, sus logros, su apoyo popular. Si quiere "perpetuarse en el poder" es un dictador, o un protodictador
Este protodictador siempre es un político de izquierdas, claro. ¿Alguien a oído decir "Álvaro Uribe quiere perpetuarse en el poder"? No, por supuesto. Pero ha hecho lo mismo que intentaba Manuel Zelaya en Honduras; la diferencia es que Uribe es de derechas y amigo de Estados Unidos (aunque tenga vínculos con el narcotráfico, su parlamento esté corrupto hasta la médula y practique el terrorismo de estado). Así que nadie (léase Estados Unidos y Europa) le pone pegas.
Por lo visto, para los medios españoles la ausencia de límites en la reelección es el camino directo hacia la dictadura. Pero olvidan que en Europa no existen tales límites. Que en España la Constitución (tan alabada cuando toca) no establece ninguna traba a la reelección. Felipe González gobernó 13 años; se presentó a las urnas hasta que los ciudadanos le retiraron su confianza. Igual que hicieron Zapatero en 2008 o Aznar en 2000. ¿También son dictadores?
Por lo general, una constitución no nace en circunstancias normales (y el caso nuestro es un buen ejemplo). Nacen de guerras, de golpes de Estado, de derrocamientos de dictaduras... En este contexto, la Carta Magna nunca es inocente. Si nos ponemos a analizar punto por punto el texto legal supremo español, podríamos sacar unas cuantas conclusiones que puede que disgustaran a muchos...
Por ello, en ocasiones los gobiernos están la obligación de cambiarla. ¿O acaso están escritas en sangre de virgen sobre mármol de Carrara? Reformar la constitución requiere esfuerzo, aunar voluntades, derribar o esquivar escollos.
Es lo que ha ocurrido en Honduras. Manuel Zelaya no quiere "perpetuarse en el poder": quiere presentarse a la reelección.
Pero esto no se puede o no se quiere explicar en un informativo. Es más fácil ventilar el asunto en una frase. Y los espectadores se la creen.
El último ejemplo lo vi este fin de semana en TVE. Recordaban la revolución sandinista y terminaron la pieza diciendo que Daniel Ortega, de nuevo en el gobierno, cambiará la constitución para... Ya saben.
Por la tarde discutí el asunto con un compañero del trabajo. Dijo que aquí nadie se perpetuaba en el poder, y el recordé que había un hombre llamado Juan Carlos que, de hecho, sí ostentaba la jefatura de Estado de por vida. Pero de eso nadie se acuerda. Por cierto que hoy hace 40 años que Franco le nombró sucesor... ¿Será España una dictadura (y no lo sabremos)?
08 julio 2009
Sontag, la vampiresa
Susan Sontag no fue siempre Susan Sontag. Al principio sólo era Susan, una chica que escribía sus sueños y fantasías, sus tristezas y alegrías en unos cuadernos. Pero desde su primera adolescencia puso todo su empeño en serlo. El objetivo era convertirse en una intelectual (“I want to write... I want to live in an intellectual atmosphere”, escribe poco después de emanciparse). Visto lo visto, podemos decir: misión cumplida.
Reborn compila esta etapa de formación, desde los 14 años hasta los 30, cuando publica su primera novela. La primera Susan es una precoz lectora que suscita al mimo tiempo sentimientos de ternura, sonrisas condescendientes e impulsos de darle de bofetadas. Una niña que ya tiene una teoría de gobierno, que escribe listas y listas de los libros que debe leer (no por el placer de leerlos, sino para poder decir “he leído”), y que le gusta acompañar el sexo con música de Prokófiev (“Sex with music! So intellectual!!!”).
Página a página Susan va completando su nombre. Las lecturas se hacen más profundas, la música pasa a un segundo plano y aparece el cine. También cambian las entradas del diario: más complejas, menos explícitas y más reveladoras.
En 300 páginas, Susan se casa, tiene un hijo, se separa; estudia, viaja, da clases; acepta su homosexualidad, se enamora, se desenamora; lee, escribe, comienza a conocerse. Quizá este último aspecto sea el más importante del libro. Si bien la persona que escribe los diarios aún es sólo Susan, de ellos saldrá Sontag. A medida que Susan analiza sus ideas y comportamientos, los censura y se da instrucciones para el futuro, crea y modela a la respetada intelectual que será.
Para ello tiene que sufrir. Susan sacrifica mucho, pero lo hace a gusto. Es más, nunca esta satisfecha con el trabajo. Si fuera posible, comería menos, dormiría menos, bebería menos... Todo con tal de aprovechar al máximo las posibilidades de la mente y la cultura.
Pero Susan no es una asceta del trabajo. Para ella, el sexo es lo mismo que la música, que el cine, que la literatura: una forma de conocer al otro y de conocerse a sí mismo. Quizá por eso la expresión “make love” y el concepto “orgasm” aparezcan tantas veces. Es parte de su formación. El libro termina con una fase muy reveladora en este aspecto: “Intellectual wanting like sexual wantig”
En su camino, Susan aprende de todos aquellos con los que se cruza. Pero, como ella misma dice, no es un aprendizaje sano. De profesores, familia, amigos, amantes, extrae lo que necesita, y luego los deja de lado. Como los vampiros, chupa la sangre de sus víctimas; y ellas se la dan gustosa, sin saber que, una vez secas, serán inservibles.
Al final del libro, Susan casi ha completado su apellido: tiene una novela escrita y en proceso de publicación, su formación “básica” ya ha terminado, el mundo intelectual la espera. Pero está sola: separada de su familia, de su ex marido, mantiene una relación poco maternal con su hijo y está a punto de abandonar a su última novia.
Ha conseguido lo que quería, pero ha pagado un alto precio. En el siguiente volumen sabremos si mereció la pena y si en su búsqueda de la fama intelectual, encontró también la felicidad.
Reborn compila esta etapa de formación, desde los 14 años hasta los 30, cuando publica su primera novela. La primera Susan es una precoz lectora que suscita al mimo tiempo sentimientos de ternura, sonrisas condescendientes e impulsos de darle de bofetadas. Una niña que ya tiene una teoría de gobierno, que escribe listas y listas de los libros que debe leer (no por el placer de leerlos, sino para poder decir “he leído”), y que le gusta acompañar el sexo con música de Prokófiev (“Sex with music! So intellectual!!!”).
Página a página Susan va completando su nombre. Las lecturas se hacen más profundas, la música pasa a un segundo plano y aparece el cine. También cambian las entradas del diario: más complejas, menos explícitas y más reveladoras.
En 300 páginas, Susan se casa, tiene un hijo, se separa; estudia, viaja, da clases; acepta su homosexualidad, se enamora, se desenamora; lee, escribe, comienza a conocerse. Quizá este último aspecto sea el más importante del libro. Si bien la persona que escribe los diarios aún es sólo Susan, de ellos saldrá Sontag. A medida que Susan analiza sus ideas y comportamientos, los censura y se da instrucciones para el futuro, crea y modela a la respetada intelectual que será.
Para ello tiene que sufrir. Susan sacrifica mucho, pero lo hace a gusto. Es más, nunca esta satisfecha con el trabajo. Si fuera posible, comería menos, dormiría menos, bebería menos... Todo con tal de aprovechar al máximo las posibilidades de la mente y la cultura.
Pero Susan no es una asceta del trabajo. Para ella, el sexo es lo mismo que la música, que el cine, que la literatura: una forma de conocer al otro y de conocerse a sí mismo. Quizá por eso la expresión “make love” y el concepto “orgasm” aparezcan tantas veces. Es parte de su formación. El libro termina con una fase muy reveladora en este aspecto: “Intellectual wanting like sexual wantig”
En su camino, Susan aprende de todos aquellos con los que se cruza. Pero, como ella misma dice, no es un aprendizaje sano. De profesores, familia, amigos, amantes, extrae lo que necesita, y luego los deja de lado. Como los vampiros, chupa la sangre de sus víctimas; y ellas se la dan gustosa, sin saber que, una vez secas, serán inservibles.
Al final del libro, Susan casi ha completado su apellido: tiene una novela escrita y en proceso de publicación, su formación “básica” ya ha terminado, el mundo intelectual la espera. Pero está sola: separada de su familia, de su ex marido, mantiene una relación poco maternal con su hijo y está a punto de abandonar a su última novia.
Ha conseguido lo que quería, pero ha pagado un alto precio. En el siguiente volumen sabremos si mereció la pena y si en su búsqueda de la fama intelectual, encontró también la felicidad.
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