20 agosto 2008

Muertes lejanas

Ya me ha sucedido 2 veces, y empieza a asustarme. En el año 2005 estuve unos días sin conexión a internet, mi principal fuente de información. A la vuelta a la normalidad, descubrí por azar que Guillermo Cabrera Infante había fallecido. Sin haberlo leído, conociá a grandes rasgos su obra, personalidad e importancia; había intentado adentrarme sin éxito en uno de sus libros más afamados, La Habana para un infante difunto; había leído sobre él; había leído un libro de relatos que me fascinó por el lenguaje, aunque no por el contenido, si bien en un principoi me disgustaba que estuviese en contra del castrismo -ingenuo de mí- había terminado por estar de acuerdo con sus posturas; en casa tengo su libro, siempre pendiente de leer.

Ahora he estado de viaje, sin internet, sin prensa y casi sin televisión; esta tarde he dado una vuelta por varios suplementos literarios extranjeros y me he topado con la muerte de Alexander Solzhenitsyn. Las similitudes en ambos casos son interesantes. Sin haberlo leído, conozco a grandes rasgos su obra, personalidad e importancia; he intentado adentrarme, sin éxito, en su más afamado libro, Archipiélago Gulag; he leído sobre él; si bien en un principio me disgustaba que estuviese en contra del comunismo soviético -ingenuo de mí- he terminado por estar de acuerdo con muchas de sus posturas; en casa tengo su libro, siempre pendiente de leer.

Solzhenitsyn

Quizá sea el momento de ponerse a ello. De leerlos a los dos en serio. De mi viaje a Cuba vengo cargado de libros y ganas de leer autores cubanos: Lezama Lima, Reynaldo Arenas, Alejo Carpentier; no puede faltar Cabrera Infante. Del lado ruso, tengo pendiente la lectura de una biografía de Stalin, pensaba después afrontar los 3 volúmenes del Archipiélago (tan apetecibles en la nueva edición de Tusquets); quizá invierta el orden (aunque en esto de la lectura, el orden de los factores sí afecta al producto).

En cualquier caso, me ha entristecido su muerte, como lo hacen los fallecimientos de todos los escritores, conocidos o por conocer (aún recuerdo con precisión el día que murió Roberto Bolaño). Me gusta leer y reler las necrológicas, ver los albumes de fotos que preparan los diarios digitales; escuchar, cuando podía, las palabras que quería dejar para la posteridad, grabadas en el programa epílogo. Asstir, de alguna manera, a su entierro. Y no he podido hacerlo. Su muerte, así, queda aún más lejana.

Un día tengo que hablar de todo esto. Mientras, creo que añana compraré un par de libros. De alguna ridícula forma, creo que se lo debo.

No hay comentarios: