29 julio 2008
22 julio 2008
Nuestro hombre
Leonard Cohen ha dejado el tabaco, las mujeres y la droga. Es vegetariano y desde su estancia en un monasterio zen en los años 90 vive en armonía consigo mismo. El canadiense imaginaba una vejez tranquila, lejos de las discográficas, de las giras, de la prensa, del público. Pero el destino es traicionero y un día Cohen descubrió que su ex manager le había robado 5 millones de dólares. Así que ya no era un venerable poeta, sino un viejo cantante arruinado y olvidado del sexo.
Para ganar dinero hay que trabajar. Eso está claro. Leonard sacó un par de discos (uno, Ten new songs, bastante flojo; otro Dear Heather, muy decente), pero no dieron los resultados económicos esperados; la crisis discográfica afecta a todos, ahora los artistas ganan dinero con los conciertos. Fue entonces cuando su página web anunció una gira mundial.
Varios meses, dudas, cancelaciones y recuperaciones después, Cohen llega a Benicasssim. Dos horas antes del concierto no hay nadie en la explanada del escenario verde. Una hora antes aparece algún periodista y unos pocos vips; en el escenario, los pipas preparan los instrumentos. Cuarenta minutos antes, sale Leonard Cohen y su banda. Ningún aplauso los recibe, no van a actuar, sino a la prueba de sonido. Durante un rato, una treintena de personas tenemos el lujo de disfutar de un "concierto privado". Vemos al verdadero Cohen. Está tranquilo, habla con su gente, da instrucciones y bromea con el guitarrista. Tocan 4 canciones, casi la mitad de las que tocará en el concierto propiamente dicho. Después de cada una de ellas, sonríe y saluda a los asistentes. Viste de negro y lleva sombrero. El sol le cae en la cara; maldice el tiempo de España y se coloca unas gafas de sol de los años 80, acaso las mismas que llevaba en I'm your man. Corta una canción poco antes de acabar y se despide con un Hasta luego.
Entonces abren las vallas del festival y cientos de personas corren para colocarse en primera fila. Luego irán llegando más. Al inicio del concierto, ya son varios miles. Fuera del recinto, la gente se instala en una colina cercana para ver al maestro.
Es una ocasión única. Todos lo sabemos. Leonard Cohen lleva sin tocar 15 años y ésta es su única parada en España. El sitio no es el más apropiado, y el show será más corto de lo que acostumbra -3 horas- pero no importa: hay que verlo.
No defraudó. Leonard Cohen salió puntual al escenario y fue recibido, esta vez sí, por una sonora ovación. Tocó diez temas, durante una hora exacta. Fue breve pero intenso. Las canciones, elegidas a conciencia. Suzanne, The Future, Bird on the wire... y para terminar, So long, Mariane. El momento mágico de la noche coincidió con Hallelujah. Gracias quizá a las múltiples versiones de este tema -desde John Cale a Rufus Winwright-, todos los asistentes corearon el estribillo.
Una grata sorpresa fue el buen estado de Leonard Cohen. Algunos pensábamos que el cantante se mantendría hierático detrás del micrófono, y que su ronca voz se escudaría en los coros que le acompañaban. Para nada. Su voz suena mas potente que en sus discos y que en la última gira. Cantar para él no es un mero trámite. Cohen se arrodilla, se levanta, agarra el micrófono con fuerza y mira al cielo para gritar su oración.
Ahora sólo queda esperar que vuelva a España en su gira de otoño. Mientras, podemos dar gracias a su manager.
Para ganar dinero hay que trabajar. Eso está claro. Leonard sacó un par de discos (uno, Ten new songs, bastante flojo; otro Dear Heather, muy decente), pero no dieron los resultados económicos esperados; la crisis discográfica afecta a todos, ahora los artistas ganan dinero con los conciertos. Fue entonces cuando su página web anunció una gira mundial.
Varios meses, dudas, cancelaciones y recuperaciones después, Cohen llega a Benicasssim. Dos horas antes del concierto no hay nadie en la explanada del escenario verde. Una hora antes aparece algún periodista y unos pocos vips; en el escenario, los pipas preparan los instrumentos. Cuarenta minutos antes, sale Leonard Cohen y su banda. Ningún aplauso los recibe, no van a actuar, sino a la prueba de sonido. Durante un rato, una treintena de personas tenemos el lujo de disfutar de un "concierto privado". Vemos al verdadero Cohen. Está tranquilo, habla con su gente, da instrucciones y bromea con el guitarrista. Tocan 4 canciones, casi la mitad de las que tocará en el concierto propiamente dicho. Después de cada una de ellas, sonríe y saluda a los asistentes. Viste de negro y lleva sombrero. El sol le cae en la cara; maldice el tiempo de España y se coloca unas gafas de sol de los años 80, acaso las mismas que llevaba en I'm your man. Corta una canción poco antes de acabar y se despide con un Hasta luego.
Entonces abren las vallas del festival y cientos de personas corren para colocarse en primera fila. Luego irán llegando más. Al inicio del concierto, ya son varios miles. Fuera del recinto, la gente se instala en una colina cercana para ver al maestro.
Es una ocasión única. Todos lo sabemos. Leonard Cohen lleva sin tocar 15 años y ésta es su única parada en España. El sitio no es el más apropiado, y el show será más corto de lo que acostumbra -3 horas- pero no importa: hay que verlo.
No defraudó. Leonard Cohen salió puntual al escenario y fue recibido, esta vez sí, por una sonora ovación. Tocó diez temas, durante una hora exacta. Fue breve pero intenso. Las canciones, elegidas a conciencia. Suzanne, The Future, Bird on the wire... y para terminar, So long, Mariane. El momento mágico de la noche coincidió con Hallelujah. Gracias quizá a las múltiples versiones de este tema -desde John Cale a Rufus Winwright-, todos los asistentes corearon el estribillo.
Una grata sorpresa fue el buen estado de Leonard Cohen. Algunos pensábamos que el cantante se mantendría hierático detrás del micrófono, y que su ronca voz se escudaría en los coros que le acompañaban. Para nada. Su voz suena mas potente que en sus discos y que en la última gira. Cantar para él no es un mero trámite. Cohen se arrodilla, se levanta, agarra el micrófono con fuerza y mira al cielo para gritar su oración.
Ahora sólo queda esperar que vuelva a España en su gira de otoño. Mientras, podemos dar gracias a su manager.
18 julio 2008
Sed lex
Iñaki de Juana Chaos es un miserable hijo de puta. Un asesino que merecería la pena de muerte. Los 20 años que ha pasado en la cárcel no son suficientes para pagar todo el dolor que ha causado. En esto estamos todos de acuerdo.
Pero la ley es la ley. En España no existe la cadena perpetua, ni la pena de muerte. De Juana Chaos ya ha cumplido su pena. Ahora debe salir de la cárcel.
Hace un año escribí contra la condena por enaltecimiento de terrorismo que se le impuso. Era una artimaña para que no fuera puesto en libertad. El clima era tenso: tregua de ETA, De Juana en huelga de hambre y la derecha pidiendo lo imposible. La sociedad, se dijo entonces, no quiere verlo pasear por las calles.
Ahora estamos en una situación parecida. Dentro de un par de semanas el terrorista será libre, y desde el gobierno -y la oposición- se quiere hacer todo lo posible para amargarle la vida. Bajo la coartada de la indenmización a las víctimas, se le ha embargado su piso (una vivenda que ni siquiera es de su propiedad, sino de su esposa). Pero lo que no se dice es que sus víctimas ya han sido indemnizadas por el Estado; que todas las indemnizaciones las paga el Estado; que es imposible que un particular pueda pagar tal cantidad de dinero; que es una estratagema para "calmar a la sociedad".
Una sociedad que, por lo visto, esta indignada por la salida de De Juana Chaos. ¿Lo está? Me cuesta creerlo. Quizá sean los políticos -y sus fieles escuderos, los medios de comunicación- quienes inyecten el sentimiento en el cuerpo de los ciudadanos.
Hace un par de días el Consejero Vasco de Justicia, Joseba Azkárraga, declaró que "se están saltando muchos límites" de la Justicia, que "ya basta" de "perseguir" a este recluso, que "ya ha cumplido su condena". Por mucho que me desagrade estar de acuerdo con Azkárraga, no puedo menos que darle la razón.
De Juana Chaos estará el 2 de agsto en la calle porque lo decide la ley, porque la Constitución establece claros límites a las condenas penales. Si no nos gusta, hay que intentar cambniarla. Pero el gobierno no debe bordear la ilegalidad.
¿Cuántos etarras salen cada año de la cárcel? ¿Cuántos violadores y asesinos de mujeres? El problema es que De Juana Chaos se ha convertido -¿o lo hemos convertido?- en un símbolo. Y ya se sabe lo que se hace con los símbolos: unos los glorifican y otros los pisotean.
Pero la ley es la ley. En España no existe la cadena perpetua, ni la pena de muerte. De Juana Chaos ya ha cumplido su pena. Ahora debe salir de la cárcel.
Hace un año escribí contra la condena por enaltecimiento de terrorismo que se le impuso. Era una artimaña para que no fuera puesto en libertad. El clima era tenso: tregua de ETA, De Juana en huelga de hambre y la derecha pidiendo lo imposible. La sociedad, se dijo entonces, no quiere verlo pasear por las calles.
Ahora estamos en una situación parecida. Dentro de un par de semanas el terrorista será libre, y desde el gobierno -y la oposición- se quiere hacer todo lo posible para amargarle la vida. Bajo la coartada de la indenmización a las víctimas, se le ha embargado su piso (una vivenda que ni siquiera es de su propiedad, sino de su esposa). Pero lo que no se dice es que sus víctimas ya han sido indemnizadas por el Estado; que todas las indemnizaciones las paga el Estado; que es imposible que un particular pueda pagar tal cantidad de dinero; que es una estratagema para "calmar a la sociedad".
Una sociedad que, por lo visto, esta indignada por la salida de De Juana Chaos. ¿Lo está? Me cuesta creerlo. Quizá sean los políticos -y sus fieles escuderos, los medios de comunicación- quienes inyecten el sentimiento en el cuerpo de los ciudadanos.
Hace un par de días el Consejero Vasco de Justicia, Joseba Azkárraga, declaró que "se están saltando muchos límites" de la Justicia, que "ya basta" de "perseguir" a este recluso, que "ya ha cumplido su condena". Por mucho que me desagrade estar de acuerdo con Azkárraga, no puedo menos que darle la razón.
De Juana Chaos estará el 2 de agsto en la calle porque lo decide la ley, porque la Constitución establece claros límites a las condenas penales. Si no nos gusta, hay que intentar cambniarla. Pero el gobierno no debe bordear la ilegalidad.
¿Cuántos etarras salen cada año de la cárcel? ¿Cuántos violadores y asesinos de mujeres? El problema es que De Juana Chaos se ha convertido -¿o lo hemos convertido?- en un símbolo. Y ya se sabe lo que se hace con los símbolos: unos los glorifican y otros los pisotean.
Olvido
En el pie de esta fotografía se lee “El Rey y Adolfo Suárez pasean durante su encuentro. (A.S.I.)”. Las siglas son de Adolfo Suárez Illana, hijo del ex presidente. Pero el pie de foto es falso. No están paseando. Están posando. Mejor, Suárez hijo y Juan Carlos engañan a Suárez padre para que pose. De no hacerse así, no habría foto.
Al ver esta imagen, me pregunto si de verdad quiso el Rey visitar al ex presidente. Quizá fuera una obligación más; puede que especialmente pesada, mucho más difícil de cumplir que sonreír a unos colegiales. ¿De qué hablaron? De nada, por supuesto. Según ABC, “la enfermedad, una demencia senil degenerativa, ha robado a Adolfo Suárez la capacidad de dialogar”. No sabe hablar, ya tampoco reconoce a nadie. Sólo reacciona ante ciertas muestras de cariño. De nuevo según ABC, “Doña Sofía llamó «guapo» a Suárez, palabra que fue recibida con mucha alegría”.
Charlaron los adultos. Los Reyes y los hijos del ex presidente. Igual que cuando uno es pequeño y los padres cenan con sus amigos -“niño, deja ya de joder con pelota”. Suárez está vestido para la ocasión, incómodo -de diario lleva chándal, para qué se va a poner traje un hombre que no sabe quién es- y sentado muy quieto en un cómodo sillón -le han dado instrucciones precisas, “si te portas bien, te daremos helado para cenar”-. Los adultos no hablan de política. No es oportuno. Hablan de él, del mudo, pero no le miran. Como si no estuviera. De hecho, no lo está.
Al segundo silencio incómodo, su hijo lo levanta, “Vamos al jardín”. Se deja hacer, un poco por inercia, un poco por el difuso recuerdo de una promesa. Allí el visitante le pasa la mano por el hombro, Suárez le mira, pero no lo reconoce. Tampoco es fácil, el hombre mira a otro lado, casi avergonzado.
Al fondo se oye un grito, “Ya está la foto”. El Rey baja el brazo, y mira el reloj. Sólo entonces mira por primera vez a los ojos del ex presidente. Cinco minutos después, se acaba la visita.
16 julio 2008
De viaje
Puede parecer una boutade, pero no lo es. Hoy día, cuando más fácil es viajar, menos sentido tiene.
Internet ha puesto el mundo al alcance de la mano. Un click y estamos en el Museo Británico, otro y vemos decenas de fotografías de los Campos Elíseos, otro y podemos ver lo que queda del Muro de Berlín. No es lo mismo, dicen muchos. Cierto, no hay que aguantar filas, ni soportar la lluvia.
El turista tradicional ya no tiene razón de ser. Debería extinguirse por voluntad propia, pero continúa porque cree que es lo que se debe hacer, para no quedar mal a la vuelta del viaje. El turista mainstream viaja para hacerse una fotografía en el lugar que, le han dicho, “es muy bonito” o realizar esa actividad “tan interesante y simpática”. Va a Roma y se fotografía enfrente del Coliseo, a Pisa y se retrata sujetando la torre; a Amsterdam, y entra en un coffee shop para fumar un cigarro de marihuana; en Bruselas hay que comer chocolate, en España paella, en Francia hay que dar un paseo en barca por el Sena.
Todo ello, por supuesto, debe quedar debidamente registrado. Ya no se estila la videocámara, por fortuna la tortura de finales del siglo XX (“¿Quieres ver el vídeo de mis vacaciones en Grecia?”) pasó a la historia; pero ahora las cámaras son digitales: no se gasta carrete, no hay necesidad de revelarlas, el límite es la capacidad de tu tarjeta de memoria. Así que hacemos fotos y más fotos. Yo paseando por la Gran vía, yo en Harrods, yo imitando al Mannekin pis, yo comiendo un gofre, yo.... O bien: la catedral de Saint Peters, la Sagrada Familia, la Torre Eiffel, la Capilla Sixtina, los canales de Amsterdam, el...
Hay, en definitiva, dos tipos de registros gráficos: los que representan los edificios “que hay que ver”, y los que representan a uno mismo haciendo payasadas. Para los primeros, mucho mejor Internet. De cada monumento existen cientos de fotografías, la mayoría mejor que las que el turista haya podido hacer. Respecto a las segundas, tienen algo más de interés, pero tanto como para tomar un avión para hacerlas...
No voy a engañarme, yo también soy un turista mainstream. Aunque me estoy quitando. Lo intento. Estoy mejor.
Este fin de semana he estado con un amigo en Bruselas. Hemos visto la Grand Place, el Manneken pis, la catedral, los palacios, la fachada de la Ópera; hemos estado unas horas en Gante; hemos comido gofres y mejillones, hemos bebido cervezas de diferentes tipos; y hemos vuelto.
En mi teléfono móvil tengo exactamente 162 fotografías y 3 vídeos. Una parte importante corresponde a plazas, iglesias, vidrieras, canales y sitios turísticos varios. La minoría corresponden a mí y mi compañero de fatigas (se ha fatigado lo suyo) delante de catedrales, plazas, etc. Las que más me gustan, las que disfruté haciendo y revisaré de cuando en cuando, son las más personales. las que podrían haberse realizado en Zaragoza, en Bruselas o en un pueblo del Mediterráneo.
Así, lo mejor de los viajes son las cervezas tomadas en un bar en el que suena blues, los cigarros en un parque; los trayectos en tren y avión, observando y criticando a los pasajeros, la posibilidad de escuchar otros idiomas y de intentar hablarlos; las tiendas de discos, las tiendas de sombreros, las librerías; las belgas; las risas, las discusiones; el hambre, el frío y el cansancio.
Hay quien dice que para sentarse a tomar una cerveza no viaja 2000 kilómetros. Yo pienso diferente. De ahí la frase inicial, para viajar de turista, no viajo; para comer un cofre y mancharme chocolate, sí.
Rarezas de uno.
Internet ha puesto el mundo al alcance de la mano. Un click y estamos en el Museo Británico, otro y vemos decenas de fotografías de los Campos Elíseos, otro y podemos ver lo que queda del Muro de Berlín. No es lo mismo, dicen muchos. Cierto, no hay que aguantar filas, ni soportar la lluvia.
El turista tradicional ya no tiene razón de ser. Debería extinguirse por voluntad propia, pero continúa porque cree que es lo que se debe hacer, para no quedar mal a la vuelta del viaje. El turista mainstream viaja para hacerse una fotografía en el lugar que, le han dicho, “es muy bonito” o realizar esa actividad “tan interesante y simpática”. Va a Roma y se fotografía enfrente del Coliseo, a Pisa y se retrata sujetando la torre; a Amsterdam, y entra en un coffee shop para fumar un cigarro de marihuana; en Bruselas hay que comer chocolate, en España paella, en Francia hay que dar un paseo en barca por el Sena.
Todo ello, por supuesto, debe quedar debidamente registrado. Ya no se estila la videocámara, por fortuna la tortura de finales del siglo XX (“¿Quieres ver el vídeo de mis vacaciones en Grecia?”) pasó a la historia; pero ahora las cámaras son digitales: no se gasta carrete, no hay necesidad de revelarlas, el límite es la capacidad de tu tarjeta de memoria. Así que hacemos fotos y más fotos. Yo paseando por la Gran vía, yo en Harrods, yo imitando al Mannekin pis, yo comiendo un gofre, yo.... O bien: la catedral de Saint Peters, la Sagrada Familia, la Torre Eiffel, la Capilla Sixtina, los canales de Amsterdam, el...
Hay, en definitiva, dos tipos de registros gráficos: los que representan los edificios “que hay que ver”, y los que representan a uno mismo haciendo payasadas. Para los primeros, mucho mejor Internet. De cada monumento existen cientos de fotografías, la mayoría mejor que las que el turista haya podido hacer. Respecto a las segundas, tienen algo más de interés, pero tanto como para tomar un avión para hacerlas...
No voy a engañarme, yo también soy un turista mainstream. Aunque me estoy quitando. Lo intento. Estoy mejor.
Este fin de semana he estado con un amigo en Bruselas. Hemos visto la Grand Place, el Manneken pis, la catedral, los palacios, la fachada de la Ópera; hemos estado unas horas en Gante; hemos comido gofres y mejillones, hemos bebido cervezas de diferentes tipos; y hemos vuelto.
En mi teléfono móvil tengo exactamente 162 fotografías y 3 vídeos. Una parte importante corresponde a plazas, iglesias, vidrieras, canales y sitios turísticos varios. La minoría corresponden a mí y mi compañero de fatigas (se ha fatigado lo suyo) delante de catedrales, plazas, etc. Las que más me gustan, las que disfruté haciendo y revisaré de cuando en cuando, son las más personales. las que podrían haberse realizado en Zaragoza, en Bruselas o en un pueblo del Mediterráneo.
Así, lo mejor de los viajes son las cervezas tomadas en un bar en el que suena blues, los cigarros en un parque; los trayectos en tren y avión, observando y criticando a los pasajeros, la posibilidad de escuchar otros idiomas y de intentar hablarlos; las tiendas de discos, las tiendas de sombreros, las librerías; las belgas; las risas, las discusiones; el hambre, el frío y el cansancio.
Hay quien dice que para sentarse a tomar una cerveza no viaja 2000 kilómetros. Yo pienso diferente. De ahí la frase inicial, para viajar de turista, no viajo; para comer un cofre y mancharme chocolate, sí.
Rarezas de uno.
10 julio 2008
09 julio 2008
Informarse cuesta
La prensa escrita está en crisis. En muchos lugares está experimentando un considerable descenso de difusión y una grave pérdida de identidad y de personalidad. ¿Por qué razones y cómo se ha llegado a esta situación? Independientemente de la influencia, real, del contexto económico y de la recesión, nos parece que las causas profundas de esta crisis hay que buscarlas en la mutación que han experimentado, en los últimos años, algunos conceptos básicos del periodismo.
En primer lugar, la misma idea de la información. Hasta hace poco informar era, de alguna manera, proporcionar no sólo la descripción precisa –y verificada- de un hecho, un acontecimiento, sino también un conjunto de parámetros contextuales que permitieran al lector comprender su significado profundo. Era responder a cuestiones básicas: ¿Quién ha hecho qué?, ¿con qué medios?, ¿dónde?, ¿por qué?, ¿cuáles son las consecuencias?
Todo esto ha cambiado completamente bajo la influencia de la televisión, que hoy ocupa en la jerarquía de los medios un lugar dominante y está expandiendo su modelo. El telediario, gracias especialmente a su ideología del directo y del tiempo real, ha ido imponiendo, poco a poco, un concepto radicalmente distinto de la información. Informar es, ahora, "enseñar la historia en marcha" o, en otras palabras, hacer asistir (si es posible en directo) al acontecimiento. Se trata, en materia de información, de una revolución copernicana, de la cual aún no se han terminado de calibrar las consecuencias. Esto supone que la imagen del acontecimiento (o su descripción) es suficiente para darle todo su significado.
En el límite, sobra hasta el propio periodista, en este cara a cara telespectador-historia. El objetivo prioritario, para el telespectador, es su satisfacción, no tanto comprender la importancia de un acontecimiento como verlo con sus propios ojos. Cuando esto ocurre, es una alegría. Y así se establece, poco a poco, la engañosa ilusión de que ver es comprender y que cualquier acontecimiento, por abstracto que sea, debe imperativamente tener una parte visible, mostrable, televisable. Esta es la causa de que asistamos a una emblematización reductora, cada vez más frecuente, de acontecimientos complejos. Por ejemplo, todo el entramado de los acuerdos Israel-OLP se reduce al apretón de manos entre Rabin y Arafat… Por otra parte, una concepción como ésta de la información conduce a una penosa fascinación por las imágenes "tomadas en directo", de acontecimientos reales, incluso si se trata de hechos violentos y sangrientos.
Hay otro concepto que también ha cambiado: el de la actualidad. ¿Qué es hoy la actualidad? ¿Qué acontecimientos hay que destacar en el mare magnum de hechos que ocurren en todo el mundo? ¿En función de qué criterios hay que hacer la elección? También aquí es determinante la influencia de la televisión pues es ella, con el impacto de sus imágenes, la que impone la elección y obliga, nolens volens, a la prensa escrita, a seguirla. La televisión construye la actualidad, provoca el shock emocional y condena prácticamente al silencio y a la indiferencia a los hechos que carecen de imágenes. Poco a poco se va estableciendo entre la gente que la importancia de los acontecimientos es proporcional a su riqueza de imágenes. O, por decirlo de otra forma, que un acontecimiento que se puede enseñar (si es posible, en directo, y en tiempo real) es más fuerte, más interesante, más importante, que el que permanece invisible y por tanto, su importancia es abstracta. En el nuevo orden de los medios las palabras, o los textos, no valen lo que las imágenes.
También ha cambiado el tiempo de la información. La optimización de los medios es, ahora, la instantaneidad (el tiempo real), el directo, que sólo pueden ofrecer la televisión y la radio. Esto hace vieja a la prensa diaria, forzosamente retrasada en los acontecimientos y, a la vez, demasiado cerca de los hechos para poder sacar, con suficiente distancia, todas las enseñanzas de lo que acaba de producirse. La prensa escrita acepta la imposición de tener que dirigirse no a los ciudadanos sino a los telespectadores.
Todavía hay un concepto más, un cuarto, que se ha modificado. Fundamental: el de la veracidad de la información. Hoy, un hecho es verdadero no porque corresponda a criterios objetivos, rigurosos y verificados en las fuentes, sino simplemente porque otros medios repiten las mismas afirmaciones y las «confirman»… Si la televisión (a partir de una noticia o una imagen de agencia) emite una información y si la prensa escrita, y la radio, la retoman, es suficiente para acreditarla como verdadera. De esta forma, como podemos recordar, se construyeron las mentiras de las «fosas de Timisoara», y todas de la Guerra del Golfo. Los medios no saben distinguir, estructuralmente, lo verdadero de lo falso. En este embrollo mediático, nada más en vano que intentar analizar la prensa escrita aislada de los restantes medios de comunicación. Los medios (y los periodistas) se repiten, se imitan, se copian, se contestan y se mezclan, hasta el punto de no constituir más que un único sistema de información, en cuyo seno es cada vez más arduo distinguir las especificaciones de tal o cual medio tomados por separado. En fin, información y comunicación tienden a confundirse. Demasiados periodistas siguen creyendo que son los únicos que producen información, cuando toda la sociedad se ha puesto frenéticamente a hacer lo mismo. No existe prácticamente institución (administrativa, militar, económica, cultural, social, etc.), que no se haya dotado de un servicio de comunicación que emite –sobre ella misma y sus actividades- un discurso pletórico y elogioso. A este respecto, todo el sistema en las democracias catódicas se ha vuelto astuto e inteligente, capaz de manipular sabiamente los medios y de resistirse a su curiosidad. Ahora sabemos que la «censura democrática» existe.
A todas estas deformaciones hay que añadir un malentendido fundamental… Muchos ciudadanos estiman que, confortablemente instalados en el sofá de su salón, mirando en la pequeña pantalla una sensacional cascada de acontecimientos a base de imágenes fuertes, violentas y espectaculares, pueden informarse con seriedad. Error mayúsculo. Por tres razones: la primera, porque el periodismo televisivo, estructurado como una ficción, no está hecho para informar sino para distraer; en segundo lugar, porque la sucesión rápida de noticias breves y fragmentadas (una veintena por cada telediario), produce un doble efecto negativo de sobre-información y desinformación; y, finalmente, porque querer informarse sin esfuerzo es una ilusión más acorde con el mito publicitario que con la movilización al que el ciudadano adquiere el derecho a participar inteligentemente en la vida democrática.
Numerosas cabeceras de la prensa escrita continúan, a pesar de todo, por mimetismo televisual, por endogamia catódica, adoptando las características propias del medio audiovisual: la maqueta de la primera página concebida como una pantalla, la reducción del tamaño de los artículos, la personalización excesiva de los periodistas, la prioridad al sensacionalismo, la práctica sistemática del olvido, de la amnesia, en relación con las informaciones que hayan perdido actualidad, etc. Compiten con el audiovisual en materia de marketing y desprecian la lucha de las ideas. Fascinados por la forma olvidan el fondo. Han simplificado su discurso en el momento en que el mundo, convulsionado por el final de la guerra fría, se ha visto considerablemente más complejo. Un desfase tal entre este simplismo de la prensa y la nueva complicación de la política internacional, desconcierta a muchos ciudadanos que no encuentran en las páginas de su publicación un análisis diferente, más amplio, más exigente, que el que les propone el telediario. Esta simplificación resulta tanto más paradójica, en cuanto que el nivel educativo continúa elevándose y aumentan los estudiantes superiores. Al aceptar no ser más que un eco de las imágenes televisadas, muchos periódicos mueren, pierden su propia especificidad y, como consecuencia, sus lectores.
Ignacio Ramonet, 1995
En primer lugar, la misma idea de la información. Hasta hace poco informar era, de alguna manera, proporcionar no sólo la descripción precisa –y verificada- de un hecho, un acontecimiento, sino también un conjunto de parámetros contextuales que permitieran al lector comprender su significado profundo. Era responder a cuestiones básicas: ¿Quién ha hecho qué?, ¿con qué medios?, ¿dónde?, ¿por qué?, ¿cuáles son las consecuencias?
Todo esto ha cambiado completamente bajo la influencia de la televisión, que hoy ocupa en la jerarquía de los medios un lugar dominante y está expandiendo su modelo. El telediario, gracias especialmente a su ideología del directo y del tiempo real, ha ido imponiendo, poco a poco, un concepto radicalmente distinto de la información. Informar es, ahora, "enseñar la historia en marcha" o, en otras palabras, hacer asistir (si es posible en directo) al acontecimiento. Se trata, en materia de información, de una revolución copernicana, de la cual aún no se han terminado de calibrar las consecuencias. Esto supone que la imagen del acontecimiento (o su descripción) es suficiente para darle todo su significado.
En el límite, sobra hasta el propio periodista, en este cara a cara telespectador-historia. El objetivo prioritario, para el telespectador, es su satisfacción, no tanto comprender la importancia de un acontecimiento como verlo con sus propios ojos. Cuando esto ocurre, es una alegría. Y así se establece, poco a poco, la engañosa ilusión de que ver es comprender y que cualquier acontecimiento, por abstracto que sea, debe imperativamente tener una parte visible, mostrable, televisable. Esta es la causa de que asistamos a una emblematización reductora, cada vez más frecuente, de acontecimientos complejos. Por ejemplo, todo el entramado de los acuerdos Israel-OLP se reduce al apretón de manos entre Rabin y Arafat… Por otra parte, una concepción como ésta de la información conduce a una penosa fascinación por las imágenes "tomadas en directo", de acontecimientos reales, incluso si se trata de hechos violentos y sangrientos.
Hay otro concepto que también ha cambiado: el de la actualidad. ¿Qué es hoy la actualidad? ¿Qué acontecimientos hay que destacar en el mare magnum de hechos que ocurren en todo el mundo? ¿En función de qué criterios hay que hacer la elección? También aquí es determinante la influencia de la televisión pues es ella, con el impacto de sus imágenes, la que impone la elección y obliga, nolens volens, a la prensa escrita, a seguirla. La televisión construye la actualidad, provoca el shock emocional y condena prácticamente al silencio y a la indiferencia a los hechos que carecen de imágenes. Poco a poco se va estableciendo entre la gente que la importancia de los acontecimientos es proporcional a su riqueza de imágenes. O, por decirlo de otra forma, que un acontecimiento que se puede enseñar (si es posible, en directo, y en tiempo real) es más fuerte, más interesante, más importante, que el que permanece invisible y por tanto, su importancia es abstracta. En el nuevo orden de los medios las palabras, o los textos, no valen lo que las imágenes.
También ha cambiado el tiempo de la información. La optimización de los medios es, ahora, la instantaneidad (el tiempo real), el directo, que sólo pueden ofrecer la televisión y la radio. Esto hace vieja a la prensa diaria, forzosamente retrasada en los acontecimientos y, a la vez, demasiado cerca de los hechos para poder sacar, con suficiente distancia, todas las enseñanzas de lo que acaba de producirse. La prensa escrita acepta la imposición de tener que dirigirse no a los ciudadanos sino a los telespectadores.
Todavía hay un concepto más, un cuarto, que se ha modificado. Fundamental: el de la veracidad de la información. Hoy, un hecho es verdadero no porque corresponda a criterios objetivos, rigurosos y verificados en las fuentes, sino simplemente porque otros medios repiten las mismas afirmaciones y las «confirman»… Si la televisión (a partir de una noticia o una imagen de agencia) emite una información y si la prensa escrita, y la radio, la retoman, es suficiente para acreditarla como verdadera. De esta forma, como podemos recordar, se construyeron las mentiras de las «fosas de Timisoara», y todas de la Guerra del Golfo. Los medios no saben distinguir, estructuralmente, lo verdadero de lo falso. En este embrollo mediático, nada más en vano que intentar analizar la prensa escrita aislada de los restantes medios de comunicación. Los medios (y los periodistas) se repiten, se imitan, se copian, se contestan y se mezclan, hasta el punto de no constituir más que un único sistema de información, en cuyo seno es cada vez más arduo distinguir las especificaciones de tal o cual medio tomados por separado. En fin, información y comunicación tienden a confundirse. Demasiados periodistas siguen creyendo que son los únicos que producen información, cuando toda la sociedad se ha puesto frenéticamente a hacer lo mismo. No existe prácticamente institución (administrativa, militar, económica, cultural, social, etc.), que no se haya dotado de un servicio de comunicación que emite –sobre ella misma y sus actividades- un discurso pletórico y elogioso. A este respecto, todo el sistema en las democracias catódicas se ha vuelto astuto e inteligente, capaz de manipular sabiamente los medios y de resistirse a su curiosidad. Ahora sabemos que la «censura democrática» existe.
A todas estas deformaciones hay que añadir un malentendido fundamental… Muchos ciudadanos estiman que, confortablemente instalados en el sofá de su salón, mirando en la pequeña pantalla una sensacional cascada de acontecimientos a base de imágenes fuertes, violentas y espectaculares, pueden informarse con seriedad. Error mayúsculo. Por tres razones: la primera, porque el periodismo televisivo, estructurado como una ficción, no está hecho para informar sino para distraer; en segundo lugar, porque la sucesión rápida de noticias breves y fragmentadas (una veintena por cada telediario), produce un doble efecto negativo de sobre-información y desinformación; y, finalmente, porque querer informarse sin esfuerzo es una ilusión más acorde con el mito publicitario que con la movilización al que el ciudadano adquiere el derecho a participar inteligentemente en la vida democrática.
Numerosas cabeceras de la prensa escrita continúan, a pesar de todo, por mimetismo televisual, por endogamia catódica, adoptando las características propias del medio audiovisual: la maqueta de la primera página concebida como una pantalla, la reducción del tamaño de los artículos, la personalización excesiva de los periodistas, la prioridad al sensacionalismo, la práctica sistemática del olvido, de la amnesia, en relación con las informaciones que hayan perdido actualidad, etc. Compiten con el audiovisual en materia de marketing y desprecian la lucha de las ideas. Fascinados por la forma olvidan el fondo. Han simplificado su discurso en el momento en que el mundo, convulsionado por el final de la guerra fría, se ha visto considerablemente más complejo. Un desfase tal entre este simplismo de la prensa y la nueva complicación de la política internacional, desconcierta a muchos ciudadanos que no encuentran en las páginas de su publicación un análisis diferente, más amplio, más exigente, que el que les propone el telediario. Esta simplificación resulta tanto más paradójica, en cuanto que el nivel educativo continúa elevándose y aumentan los estudiantes superiores. Al aceptar no ser más que un eco de las imágenes televisadas, muchos periódicos mueren, pierden su propia especificidad y, como consecuencia, sus lectores.
Ignacio Ramonet, 1995
07 julio 2008
05 julio 2008
En soledad
Dentro de seis meses este hombre dejará de ser presidente de Estados Unidos. Ya no será el líder del mundo libre.
Este hombre es consciente de los sentimientos que provoca. Lo comprueba cada día. Pero hoy es especial; hoy debería haber sido diferente, y no ha sido así. Después del tradicional discurso del 4 de julio, -¡el Día de la Independencia, por Dios!, ¿no van a respetar nada?- vuelve a la residencia con la cabeza gacha y el ánimo caído.
No sabe que aún le espera otra mala noticia. Que ni sus compañeros le quieren. Que su figura, su nombre y su recuerdo suponen una carga. Quiere quedarse en casa para siempre. Es grande, puede trabajar desde allí. Las salidas al exterior sólo traen problemas.
Faltan seis meses, se dice. Ya queda menos.
Este hombre es consciente de los sentimientos que provoca. Lo comprueba cada día. Pero hoy es especial; hoy debería haber sido diferente, y no ha sido así. Después del tradicional discurso del 4 de julio, -¡el Día de la Independencia, por Dios!, ¿no van a respetar nada?- vuelve a la residencia con la cabeza gacha y el ánimo caído.
No sabe que aún le espera otra mala noticia. Que ni sus compañeros le quieren. Que su figura, su nombre y su recuerdo suponen una carga. Quiere quedarse en casa para siempre. Es grande, puede trabajar desde allí. Las salidas al exterior sólo traen problemas.
Faltan seis meses, se dice. Ya queda menos.
04 julio 2008
Pues va a ser tortura...
El waterboarding no es considerado tortura por el gobierno de Estado Unidos. Es un método más de obtención de datos, nombres e información "vital para la seguridd nacional". En cambio para el ejército sí lo es; y para buena parte de los congresstas y senadores también; incluso para John McCain, qu ya sufrió en carne propia las bondades d la tortuara.
Hasta ahora, la opinión del periodista Christopher Hitchens -poco amigo de las administraciones republicanas- coincidía con la de Cheney y compañía. Un día, el editor de Vanity Fair le retó, "Así que no es tortura... por qué no lo pruebas y nos dices qué tal la experiencia?". El periodista aceptó y aquí está la prueba.
Pero lo cierto es que esto no es una tortura real. Aquí todo está medido y controlado. Se ha acordado una palabra clave para detener el juego. Cuando el "torturaso" grite Red , los "torturadores" desmontan el tinglado. El periodista no tarda ni un minuto en balbucear -con una capucha, un trapo en la boca y agua cayendo es difícil gritar- la contraseña.
Ojalá pudiéramos ver un video similar con Bush o Cheney en la camilla. Quizá entonces su opinión sobre el waterbardign también cambiara.
Hasta ahora, la opinión del periodista Christopher Hitchens -poco amigo de las administraciones republicanas- coincidía con la de Cheney y compañía. Un día, el editor de Vanity Fair le retó, "Así que no es tortura... por qué no lo pruebas y nos dices qué tal la experiencia?". El periodista aceptó y aquí está la prueba.
Pero lo cierto es que esto no es una tortura real. Aquí todo está medido y controlado. Se ha acordado una palabra clave para detener el juego. Cuando el "torturaso" grite Red , los "torturadores" desmontan el tinglado. El periodista no tarda ni un minuto en balbucear -con una capucha, un trapo en la boca y agua cayendo es difícil gritar- la contraseña.
Ojalá pudiéramos ver un video similar con Bush o Cheney en la camilla. Quizá entonces su opinión sobre el waterbardign también cambiara.
Leído en Rinzewind
02 julio 2008
Breves
Mientras Robert Mugabe asiste a la cumbre de la Unión Africana, sus secuaces apalean a los campesinos.
Este es Mugabe hoy. Y éste era Mugabe en 1980
Europa tiene mala memoria.
Uno suben, otros bajan. ¿Dónde mueren más soldados estadounidenses?
¿Qué hacen, exactamente, en Afganistán?
Somalia se sigue muriendo de hambre
El colmo de los colmos: ETA te amenaza, te quita el dinero, y la policía te arresta
Goya en el New York Times
Este es Mugabe hoy. Y éste era Mugabe en 1980
Europa tiene mala memoria.
Uno suben, otros bajan. ¿Dónde mueren más soldados estadounidenses?
¿Qué hacen, exactamente, en Afganistán?
Somalia se sigue muriendo de hambre
El colmo de los colmos: ETA te amenaza, te quita el dinero, y la policía te arresta
Goya en el New York Times
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