Ahora parece que todo el mundo nos hemos vuelto adictos a las series de televisión. Es la moda. Hace años fueron los videojuegos, luego la MTV y después el messenger. En 2008, tocan series producidas y emitidas en Estados Unidos y visionadas al día siguiente en España y Latinoamérica gracias a Internet (y la los cientos de personas que las subtitulan al castellano; un día deberían darles el Príncipe de Asturias de Cooperación). Por primera vez en mi vida, voy a la moda.
No es novedad proclamar que hay grandes series de televisión. Ya lo he dicho otras veces. Aquí quiero hablar de la última obra maestra que he conocido: The Wire, “La escucha”; producida, cómo no, por.... HBO.
The Wire no es una serie de policías y ladrones. Aunque lo parezca. The Wire es La Comedia Humana de Balzac. Así de sencillo. El escritor retrató la Francia de la primera mitad de siglo XIX; The Wire retrata el Baltimore de la primera década del siglo XXI.
La serie está formada por 5 temporadas en las que los policías tienen que resolver un caso. Como en CSI, pero a lo bestia. Lo que Grissom y compañía consiguen en un capítulo de 40 minutos, éstos lo hacen (y no del todo) en 13 episodios de 1 hora de duración. Cada temporada se centra en un aspecto de Baltimore: drogas en los barrios bajos, corrupción en los muelles, periodismo, política y educación. Nadie se salva. En 5 temporadas se consigue una precisa radiografía de la ciudad; radiografía que bien podría extenderse a cualquier urbe europea (dice Carlos Boyero: “No me gustaría vivir en el Baltimore de The Wire, pero tampoco me gusta vivir en el Madrid de Esperanza Aguirre")
Lo cierto es que no importa el caso, el puro y simple argumento. Como en la buena ficción, lo imprescindible son los personajes. Hay decenas: policías, narcotraficantes, periodistas, políticos, estibadores... Todos tienen nombre y apellidos. Todos tienen una vida detrás. Todos importan. Si bien al principio el espectador está de parte de los “buenos”, a medida que pasan los capítulos comienzan las dudas. No hay buenos y malos. Todos son hijos de su tiempo, de su barrio, de sus heridas, de sus venganzas, de sus miedos, de sus frustraciones. Desde el jefe de policía rencoroso hasta el asesino homosexual (gran hallazgo). Aquí radica la grandeza de The Wire. El espectador acaba por quererlos a todos.
The Wire, hay que advertirlo, no es una serie ligera. Cuesta engancharse, si ésa es la palabra. Yo lo conseguí al segundo intento (como me sucede con la buena literatura y la buena música). Es lenta hasta la exasperación. Donde en otras series hay acción, rápidos movimientos de cámara y sexo, aquí hay caminatas por aceras sucias, primeros planos de los personajes y mucho, mucho diálogo. Hay que verla con calma, en silencio.
Pero hay que verla.
Aquí un vídeo de 20 minutos en el que varios periodistas elogian, aún más, la serie.
No es novedad proclamar que hay grandes series de televisión. Ya lo he dicho otras veces. Aquí quiero hablar de la última obra maestra que he conocido: The Wire, “La escucha”; producida, cómo no, por.... HBO.
The Wire no es una serie de policías y ladrones. Aunque lo parezca. The Wire es La Comedia Humana de Balzac. Así de sencillo. El escritor retrató la Francia de la primera mitad de siglo XIX; The Wire retrata el Baltimore de la primera década del siglo XXI.
La serie está formada por 5 temporadas en las que los policías tienen que resolver un caso. Como en CSI, pero a lo bestia. Lo que Grissom y compañía consiguen en un capítulo de 40 minutos, éstos lo hacen (y no del todo) en 13 episodios de 1 hora de duración. Cada temporada se centra en un aspecto de Baltimore: drogas en los barrios bajos, corrupción en los muelles, periodismo, política y educación. Nadie se salva. En 5 temporadas se consigue una precisa radiografía de la ciudad; radiografía que bien podría extenderse a cualquier urbe europea (dice Carlos Boyero: “No me gustaría vivir en el Baltimore de The Wire, pero tampoco me gusta vivir en el Madrid de Esperanza Aguirre")
Lo cierto es que no importa el caso, el puro y simple argumento. Como en la buena ficción, lo imprescindible son los personajes. Hay decenas: policías, narcotraficantes, periodistas, políticos, estibadores... Todos tienen nombre y apellidos. Todos tienen una vida detrás. Todos importan. Si bien al principio el espectador está de parte de los “buenos”, a medida que pasan los capítulos comienzan las dudas. No hay buenos y malos. Todos son hijos de su tiempo, de su barrio, de sus heridas, de sus venganzas, de sus miedos, de sus frustraciones. Desde el jefe de policía rencoroso hasta el asesino homosexual (gran hallazgo). Aquí radica la grandeza de The Wire. El espectador acaba por quererlos a todos.
The Wire, hay que advertirlo, no es una serie ligera. Cuesta engancharse, si ésa es la palabra. Yo lo conseguí al segundo intento (como me sucede con la buena literatura y la buena música). Es lenta hasta la exasperación. Donde en otras series hay acción, rápidos movimientos de cámara y sexo, aquí hay caminatas por aceras sucias, primeros planos de los personajes y mucho, mucho diálogo. Hay que verla con calma, en silencio.
Pero hay que verla.
Aquí un vídeo de 20 minutos en el que varios periodistas elogian, aún más, la serie.
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