Hay situaciones a las que la ira y la rabia impiden responder. Como un niño que no sabe hablar bien y sólo grita y llora y balbucea sin que sus padres entiendan lo que dice; como en los viejos tebeos en los que los insultos se representaban con dibujos de bombas, exclamaciones y letras en chino. Así me he sentido estas semanas respecto a la decisiones tomadas por la Unión Europra, una organización cada vez más unida, pero al tiempo más alejada de la idea de Europa.
Los motivos son de sobra conocidos. La semana laboral de 65 horas y la directiva de retrno, llamada con más propiedad directiva de la vergüenza. A estas normas hay que sumar la reforma de la ley antiterrorista en Inglaterra. El país pionero en el habeas corpus puede detener a una persona sin ningún motivo más que la mera sospecha durante 42 días. Sin derecho a defensa, sin que el secuestrado conozca los crímenes de los que se le acusa; pasado ese tiempo, lo sueltan: sin explicaciones, sin disculpas. Inglaterra también es el paíes eruopeo con más cámaras de vigilancia por abitnte.
En el norte de Europa, emblema de los derechos y el estado de bienestar, el gobieno tiene permiso para leer todos los correos electrónicos. La privacidad, anulada de un plumazo; como si los ciudadanos fuéramos presos peligrosos a los que hay que controlar; qué dicen y a quién se lo dicen.
Todos en aras, cómo no, de la seguridad.
Desde el 11S muchas cosas han cambiado en Europa y en el resto del mundo, la mayoría a peor. Durante años hemos culpado de esta involución a Al Qaeda, a Estados Unidos, a la paranoia nacida de los atentados. Ya no es posible. Debemos admitir nuestra culpa. Europa retrocede ella sola, nadie la empuja.
Soy un europeísta convencido, pero -esta es un frase muy repetida estos días- la Europa que se avecina no es la Europa que quiero.
Acabaremos en un estado policial, y no sabremos ni cómo hemo llegado a este punto. Martin Niemoeller, aunque la cita suele atribuirse a Bertlt Brecht, escribió estos versos en unos tiempos oscuros; y hoy vuelven a ser necesarios.
Nota.
Mientras, los informativos más vistos de España inyectan en el espectador el veneno de la xenofobia. Hoy, Antena 3 ha emitido una pieza sobre la inmigración ilegal. Más o menos, el presentador ha dicho, “La directiva europea está causando discusión, pero lo cierto es que los ilegales no colaboran con la policía y no facilitan su verdadera identidad ni su país de origen, lo que hace muy difícil el trabajo de repatriación”. Me controlo para no insultarles aquí, ya lo he hecho antes. Si ellos huyeran de su país en busca de comida y fueran detenidos, ¿acaso colaborarin con la policía?
La gente escucha frases como ésta y acaban queriendo expulsar a los imigrantes. Como en la guerra de Ruanda, los medios de comunicación incitan al odio y la xenofobia. Allí, al menos, eran claros, “exterminad a las cucarachas”. Aquí sn más sutiles y, por ello, mucho más peligrosos. La mejor manipulación es la que no se siente, la que termina por hacernos creer que los pensamientos son nuestros.
Los motivos son de sobra conocidos. La semana laboral de 65 horas y la directiva de retrno, llamada con más propiedad directiva de la vergüenza. A estas normas hay que sumar la reforma de la ley antiterrorista en Inglaterra. El país pionero en el habeas corpus puede detener a una persona sin ningún motivo más que la mera sospecha durante 42 días. Sin derecho a defensa, sin que el secuestrado conozca los crímenes de los que se le acusa; pasado ese tiempo, lo sueltan: sin explicaciones, sin disculpas. Inglaterra también es el paíes eruopeo con más cámaras de vigilancia por abitnte.
En el norte de Europa, emblema de los derechos y el estado de bienestar, el gobieno tiene permiso para leer todos los correos electrónicos. La privacidad, anulada de un plumazo; como si los ciudadanos fuéramos presos peligrosos a los que hay que controlar; qué dicen y a quién se lo dicen.
Todos en aras, cómo no, de la seguridad.
Desde el 11S muchas cosas han cambiado en Europa y en el resto del mundo, la mayoría a peor. Durante años hemos culpado de esta involución a Al Qaeda, a Estados Unidos, a la paranoia nacida de los atentados. Ya no es posible. Debemos admitir nuestra culpa. Europa retrocede ella sola, nadie la empuja.
Soy un europeísta convencido, pero -esta es un frase muy repetida estos días- la Europa que se avecina no es la Europa que quiero.
Acabaremos en un estado policial, y no sabremos ni cómo hemo llegado a este punto. Martin Niemoeller, aunque la cita suele atribuirse a Bertlt Brecht, escribió estos versos en unos tiempos oscuros; y hoy vuelven a ser necesarios.
Primero vinieron a por los comunistas,
Y yo no hablé porque no era comunista.
Después vinieron a por los judíos,
Y yo no hablé porque no era judío.
Después vinieron a por los católicos,
Y yo no hablé porque era protestante.
Después vinieron a por mí,
Y para entonces, ya no quedaba nadie que hablara por mí.
Y yo no hablé porque no era comunista.
Después vinieron a por los judíos,
Y yo no hablé porque no era judío.
Después vinieron a por los católicos,
Y yo no hablé porque era protestante.
Después vinieron a por mí,
Y para entonces, ya no quedaba nadie que hablara por mí.
Nota.
Mientras, los informativos más vistos de España inyectan en el espectador el veneno de la xenofobia. Hoy, Antena 3 ha emitido una pieza sobre la inmigración ilegal. Más o menos, el presentador ha dicho, “La directiva europea está causando discusión, pero lo cierto es que los ilegales no colaboran con la policía y no facilitan su verdadera identidad ni su país de origen, lo que hace muy difícil el trabajo de repatriación”. Me controlo para no insultarles aquí, ya lo he hecho antes. Si ellos huyeran de su país en busca de comida y fueran detenidos, ¿acaso colaborarin con la policía?
La gente escucha frases como ésta y acaban queriendo expulsar a los imigrantes. Como en la guerra de Ruanda, los medios de comunicación incitan al odio y la xenofobia. Allí, al menos, eran claros, “exterminad a las cucarachas”. Aquí sn más sutiles y, por ello, mucho más peligrosos. La mejor manipulación es la que no se siente, la que termina por hacernos creer que los pensamientos son nuestros.
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