¿Puede un libro cambiar una vida? Es ya una frase hecha, en muchos casos falsa. Puede que en el mío también, pero yo así lo recuerdo.
He leído 1984, de George Orwell, 3 veces. La primera me costó bastante; la edición, letra minúscula, no ayudaba mucho; la segunda vez pude apreciar con detalle y al tiempo con perspectiva el alcance de la novela; la tercera la leí por puro placer, y fue placentero, no sólo por el texto en sí, sino por el recuerdo de las anteriores lecturas.
Fue la segunda lectura la que cambió el curso de mi vida, o al menos ayudó a tomar una decisión ya planteada. Era verano de 2000. Durante un curso había estudiado Historia, una carrera igual de interesante que inútil. A los pocos meses de comenzarla, deje de asistir a las clases y me dediqué a estudiar por mi cuenta; el tiempo dedicado antes a las aburridas peroratas de los profesores lo utilicé para leer mucho, ver innumerables películas y escuchar música. Aunque pueda parecer que desperdicié un año, no es así; le debo mucho.
En verano, pues, leí 1984 por segunda vez. Supongo que lo haría a lo largo de varios días, pero en mi recuerdo solo existe uno: sentado en la terraza de una piscina, mientras mis amigas se bañaban o jugaban al tenis o tomaban el sol, una actividad aún más aburrida que las clases de Historia Moderna.
Como se sabrá, 1984 describe una distopía, un mundo futurista, ya pasado, en el que el sistema de gobierno es el totalitarismo. Las personas viven para trabajar; el Gran Hermano -¿cuántos de los adictos a la telerrealidad conocerán el origen de este nombre?- los vigila de forma permanente; existe una guerra permanente que nunca se va a ganar o perder, pues la esencia, el sentido último de esta guerra sin batallas ni bajas es mantener sometida y temerosa a la ppblación -me viene a la cabeza la expresión “guerra contra el terror”, ¿por qué será?-; los departamentos del gobierno realizan funciones contrarias a su nombre: el Ministerio del Amor contiene sótanos donde se tortura a los disidentes, a los que dudan; el Ministerio de la Paz se dedica a esta guerra ficticia; el Ministerio de la Verdad es fruto directo de las teorías de Goebbles....
La novela relata la historia de un hombre que pasa de creer firmemente en el Gran Hermano a dudar del sistema, e incluso a intentar oponerse a él. La chispa de este despertar se encuentra en una muer -igual que sucede en Un mundo feliz o Nosotros; ¿será herencia de la bíblica Eva, incitadora del pecado original?-, y su final en la ominosa Habitación 101, donde las pesadillas se convierten en realidad.
Más allá de la acción, de la historia propiamente dicha, me interesó sobremanera el sistema en sí mismo (siempre he preferido el análisis a la acción, por eso no creo que nunca me meta en política). ¿Cómo se mantiene sojuzgada y a la vez contenta a toda una población? ¿Cómo se tergiversa de forma constante la Historia? ¿Por qué no se cae a pedazos todo el montaje, pues una dictadura no es otra cosa?
Aquel curso había leído Los orígenes del totalitarismo, de Hannah Arendt, un ensayo en 3 volúmenes – el último es el mejor- sobre el nazismo y el fascismo visto desde diferentes perspectivas. El interés, pues, no era nuevo. Pero quizá fue Orwell quien me impulsó a empezar a pensar seriamente en estudiar la carrera de Ciencias Políticas. El paso importante, pues, estaba dado.
Varios meses después abandoné definitivamente la carrera de Historia y me matriculé, con gran sorpresa e incluso enfado de familiares y amigos, en Ciencias Políticas. De esta carrera podría decir lo mismo que de Historia: muy interesante, inútil hasta la médula. Pero eso ya es otra historia.
Nota.
Cuando redactaba en mi cabeza este post recordé las distopías que había leído: 1984, Un mundo feliz, Nosotros -hace varias semanas; para quien no la conozca es la precursora de este subgénero; fue escita en los años 20 en la URSS, con esto se dice bastante- y un librito para adolescentes publicado en 1980 por Gran Angular y titulado Cheyenes 6112. Este último me lo regalaron para Reyes y protesté, ¿un libro como regalo...? Tiempo después lo leí y me encantó.
La estructura es la misma: un mundo perfecto en el que los hombres viven en burbujas, aislados y seguros, a salvo de la contaminación que -se cree o hace creer- imposibilita la vida en el exterior. Un día descubren la existencia de un caballo, un animal que se pensaba extinguido; resulta que fuera de la burbuja hay tribus que viven en la naturaleza, son felices y respiran con normalidad. Después de afrontar miedos y discusiones, al final de la novela varios personajes -impulsados por una mujer, cómo no- traspasan la frontera creada y son capaces de disfrutar de la naturaleza. Un grato recuerdo.
He leído 1984, de George Orwell, 3 veces. La primera me costó bastante; la edición, letra minúscula, no ayudaba mucho; la segunda vez pude apreciar con detalle y al tiempo con perspectiva el alcance de la novela; la tercera la leí por puro placer, y fue placentero, no sólo por el texto en sí, sino por el recuerdo de las anteriores lecturas.
Fue la segunda lectura la que cambió el curso de mi vida, o al menos ayudó a tomar una decisión ya planteada. Era verano de 2000. Durante un curso había estudiado Historia, una carrera igual de interesante que inútil. A los pocos meses de comenzarla, deje de asistir a las clases y me dediqué a estudiar por mi cuenta; el tiempo dedicado antes a las aburridas peroratas de los profesores lo utilicé para leer mucho, ver innumerables películas y escuchar música. Aunque pueda parecer que desperdicié un año, no es así; le debo mucho.
En verano, pues, leí 1984 por segunda vez. Supongo que lo haría a lo largo de varios días, pero en mi recuerdo solo existe uno: sentado en la terraza de una piscina, mientras mis amigas se bañaban o jugaban al tenis o tomaban el sol, una actividad aún más aburrida que las clases de Historia Moderna.
Como se sabrá, 1984 describe una distopía, un mundo futurista, ya pasado, en el que el sistema de gobierno es el totalitarismo. Las personas viven para trabajar; el Gran Hermano -¿cuántos de los adictos a la telerrealidad conocerán el origen de este nombre?- los vigila de forma permanente; existe una guerra permanente que nunca se va a ganar o perder, pues la esencia, el sentido último de esta guerra sin batallas ni bajas es mantener sometida y temerosa a la ppblación -me viene a la cabeza la expresión “guerra contra el terror”, ¿por qué será?-; los departamentos del gobierno realizan funciones contrarias a su nombre: el Ministerio del Amor contiene sótanos donde se tortura a los disidentes, a los que dudan; el Ministerio de la Paz se dedica a esta guerra ficticia; el Ministerio de la Verdad es fruto directo de las teorías de Goebbles....
La novela relata la historia de un hombre que pasa de creer firmemente en el Gran Hermano a dudar del sistema, e incluso a intentar oponerse a él. La chispa de este despertar se encuentra en una muer -igual que sucede en Un mundo feliz o Nosotros; ¿será herencia de la bíblica Eva, incitadora del pecado original?-, y su final en la ominosa Habitación 101, donde las pesadillas se convierten en realidad.
Más allá de la acción, de la historia propiamente dicha, me interesó sobremanera el sistema en sí mismo (siempre he preferido el análisis a la acción, por eso no creo que nunca me meta en política). ¿Cómo se mantiene sojuzgada y a la vez contenta a toda una población? ¿Cómo se tergiversa de forma constante la Historia? ¿Por qué no se cae a pedazos todo el montaje, pues una dictadura no es otra cosa?
Aquel curso había leído Los orígenes del totalitarismo, de Hannah Arendt, un ensayo en 3 volúmenes – el último es el mejor- sobre el nazismo y el fascismo visto desde diferentes perspectivas. El interés, pues, no era nuevo. Pero quizá fue Orwell quien me impulsó a empezar a pensar seriamente en estudiar la carrera de Ciencias Políticas. El paso importante, pues, estaba dado.
Varios meses después abandoné definitivamente la carrera de Historia y me matriculé, con gran sorpresa e incluso enfado de familiares y amigos, en Ciencias Políticas. De esta carrera podría decir lo mismo que de Historia: muy interesante, inútil hasta la médula. Pero eso ya es otra historia.
Nota.
Cuando redactaba en mi cabeza este post recordé las distopías que había leído: 1984, Un mundo feliz, Nosotros -hace varias semanas; para quien no la conozca es la precursora de este subgénero; fue escita en los años 20 en la URSS, con esto se dice bastante- y un librito para adolescentes publicado en 1980 por Gran Angular y titulado Cheyenes 6112. Este último me lo regalaron para Reyes y protesté, ¿un libro como regalo...? Tiempo después lo leí y me encantó.
La estructura es la misma: un mundo perfecto en el que los hombres viven en burbujas, aislados y seguros, a salvo de la contaminación que -se cree o hace creer- imposibilita la vida en el exterior. Un día descubren la existencia de un caballo, un animal que se pensaba extinguido; resulta que fuera de la burbuja hay tribus que viven en la naturaleza, son felices y respiran con normalidad. Después de afrontar miedos y discusiones, al final de la novela varios personajes -impulsados por una mujer, cómo no- traspasan la frontera creada y son capaces de disfrutar de la naturaleza. Un grato recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario