“Era previsible. Se deja a los ciudadanos de a pie votar un asunto importante y ya ves lo que pasa”. Es lo que, probablemente, piensen algunos de los dirigentes y técnicos europeos que parieron el Tratado de Lisboa. “Cosas de la democracia”, dirán.
Y tendrán razón. Si hay democracia, hay riesgo. La única forma de asegurarse el sí al tratado era no someterlo a votación. Ni siquiera parlamentaria, no vaya a ser que...
¿Qué ha fallado? Realmente la culpa es, o debería ser, compartida. Primero de los creadores del tratado. Perdieron la Constitución y quisieron crear un sustituto, un clon que no lo pareciese. Un puñado de páginas escritas en lenguaje críptico e indescifrable para los profanos en cuya portada no pareciese la palabra tabú, Constitución. Era sólo un tratado, otro más.
Después de los políticos de cada país, a excepción de irlanda. Obviar el referéndum es una señal clara: no confían en los ciudadanos. La última vez salieron escaldados y no han querido repetir. ¿Tan difícil es explicar de forma clara la esencia del tratado? Pero sin tergiversaciones, sin perversas simplificaciones, sin manipular.
De esta vergüenza -sí, una nueva crisis de identidad es una vergüenza- es en gran parte responsable la clase política de Irlanda. El primer ministro ni siquiera ha leído el texto. Deberían hacerle dimitir. Han manipulado y moldeado la opinión pública -con la inestimable ayuda de los medios de comunicación antieuropeos de Rupert Murdoch- como han querido. Apelando al corazón, al nacionalismo, al miedo.
Pero ha sido la ciudadanía irlandesa la que ha dado la última estocada. Han cedido a los impulsos, al nacionalismo atávico, al egoísmo. Ellos solos han decidido el futuro de Europa en los próximos años. Y están orgullosos. Como un David que vence a Goliat. “Estamos aquí”, parecen querer decir. Como un niño estúpido e irritante que rompe un vaso para que le presten atención. Bravo.
Y es que la guerra es demasiado importante para dejársela a los militares.
Y tendrán razón. Si hay democracia, hay riesgo. La única forma de asegurarse el sí al tratado era no someterlo a votación. Ni siquiera parlamentaria, no vaya a ser que...
¿Qué ha fallado? Realmente la culpa es, o debería ser, compartida. Primero de los creadores del tratado. Perdieron la Constitución y quisieron crear un sustituto, un clon que no lo pareciese. Un puñado de páginas escritas en lenguaje críptico e indescifrable para los profanos en cuya portada no pareciese la palabra tabú, Constitución. Era sólo un tratado, otro más.
Después de los políticos de cada país, a excepción de irlanda. Obviar el referéndum es una señal clara: no confían en los ciudadanos. La última vez salieron escaldados y no han querido repetir. ¿Tan difícil es explicar de forma clara la esencia del tratado? Pero sin tergiversaciones, sin perversas simplificaciones, sin manipular.
De esta vergüenza -sí, una nueva crisis de identidad es una vergüenza- es en gran parte responsable la clase política de Irlanda. El primer ministro ni siquiera ha leído el texto. Deberían hacerle dimitir. Han manipulado y moldeado la opinión pública -con la inestimable ayuda de los medios de comunicación antieuropeos de Rupert Murdoch- como han querido. Apelando al corazón, al nacionalismo, al miedo.
Pero ha sido la ciudadanía irlandesa la que ha dado la última estocada. Han cedido a los impulsos, al nacionalismo atávico, al egoísmo. Ellos solos han decidido el futuro de Europa en los próximos años. Y están orgullosos. Como un David que vence a Goliat. “Estamos aquí”, parecen querer decir. Como un niño estúpido e irritante que rompe un vaso para que le presten atención. Bravo.
Y es que la guerra es demasiado importante para dejársela a los militares.
2 comentarios:
Que los ciudadanos tomen la última palabra es la esencia misma de la democracia. Creer que un ciudadano no puede o no está preparado para opinar es menospreciar al pueblo y demostrar una supuesta superioridad intelectual o moral que dudo mucho que lo sea.
Los poderes fácticos de Europa debe empezar a darse cuenta que los ciudadanos no queremos una Unión cada vez más injusta, que retrocede en derechos de los ciudadanos (jornada laboral de 65 horas y nueva normativa de retención de inmigrantes son sólo algunos ejemplos) y que cocina sus turbios asuntos de espaldas al pueblo europeo. Por eso los que pueden han dicho NO. No creo que sea ni por nacionalismo, ni mucho menos por egoismo. Es la voz del pueblo, y hay que escucharla. Y respetarla.
Hombre, lo que es una verguenza es que en los demás países no nos dejen votar. Sobre todo después de las nuevas normativas. Bravo por Irlanda. El despotismo ilustrado de esta nueva Europa ya se vio cuando los votos de la Constitución en Francia u Holanda. Los nuevos déspotas no acaban de entender las idiosincrasias personales (que no colectivas) de los europeos. Y, desde luego, no están dispuestos a que les rompan su juguete. Porque luego, se lo dan a algunos para jugar, y lo joden. Gracias a dios (Y en el caso de Irlanda, nunca mejor dicho). Go raibh mile maith agaibh, Èire. ;)
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