Uno puede pensar que es imposible escribir hoy día un libro que atemorice al lector, una novela de terror verdadero. Que la ficción tipo Stephen King -con vampiros y monstruos- ya no asusta a nadie y que el género de terror ha quedado relegado a unas pocas películas. Isaac Rosa viene a romper esta creencia con su última novela, El país del miedo.
El escritor sevillano deslumbró a la crítica con su soberbia reescritura de la lucha antifranquista en El vano ayer y demostró que los libros -en particular los propios- deben ser revisados y sometidos a una severa crítica, como la que él mismo hizo de su primera novela, La malamemoria. Ahora da un giro de timón en la forma para ahondar en el fondo y llegar quizás a un mayor número de lectores. Su última novela es más lineal y, en apariencia, más sencilla de leer. Pero sólo en apariencia.
El punto de partida es el acoso escolar que sufre el hijo de un matrimonio “ejemplar”: clase media, progresista, sin problemas económicos y moderadamente feliz; la imagen de familia que se muestra en los anuncios de televisión. Cuando descubren -demasiado tarde- que su inocente hijo es objeto de ataques en el colegio, su equilibrio comienza a romperse. El padre, verdadero protagonista de la historia, intenta arreglar el asunto como lo haría la mayoría: denuncia la situación al director de la escuela, amenaza al acosador y aumenta la protección sobre su hijo. Nada de esto resuelve el problema, que crece página a página. El final, aunque previsible -el autor no busca el suspense-, está muy logrado. Unas pocas páginas estremecedoras.
Pero el mayor hallazgo de la novela no es el hilo puramente narrativo, sino los capítulos alternos, en los que una voz anónima describe los miedos de la sociedad española de principios del siglo XXI. El temor a la oscuridad, a los ladrones, al dolor, a la violencia, a la pobreza, a la inmigración; todos son analizados con precisión notarial. “El suyo es un miedo consciente, propio de quien es capaz de pensar su propio miedo, analizarlo, cuestionarlo incluso, y sin embargo teme”, puede leerse en uno de estos capítulos. Es difícil no compartir esta frase. Muchos de nuestros temores son infundados, la probabilidad de que se conviertan en realidad es escasa; y aún así...
De cuando en cuando, el narrador recuerda que los temores son del protagonista, pero es inútil: el lector sabe que también son suyos, de todos nosotros. Por eso esta novela resulta en algunos momentos incómoda. Nuestros miedos son privados, o deberían serlo; avergüenza escucharlos en la voz de un narrador anónimo -sabia elección de Isaac Rosa, por cierto, evita moralinas y produce el mismo efecto- que parece conocernos demasiado bien.
(Reseña aparecida en el suplemento Artes y Letras el 25 de septiembre de 2008)
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