Después de amargarme el desayuno con el mal llamado informativo de Antena 3 -una cadena siempre sobria, siempre cuidadosa con sus contenidos, especialmente en lo referente a atentados, accidentes y demás catástrofes; la hipocresía hecha televisión-, pensaba escribir unos párrafos para criticar el morbo que inunda la televisión, para acordarme de los editores que permiten la emisión de ciertas imágenes y ciertas declaraciones, de los redactores que acuden como buitres a devorar a los familiares de las víctimas, de los presentadores que parecen disfrutar con cada aumento de la cifra de muertos.
Pensaba escribir todo esto, pero, como suele suceder, otro lo ha hecho ya antes; y mejor.
Pensaba escribir todo esto, pero, como suele suceder, otro lo ha hecho ya antes; y mejor.
Si la talla moral de las personas se demuestra en los grandes dramas, la de los medios de comunicación se demuestra en las grandes tragedias.
Hay buena gente trabajando en televisión, por supuesto, como también hay buena gente trabajando en una guerra. Y la televisión, como la guerra, puede tener un objetivo noble. En la guerra a ese objetivo lo llaman Libertad. En la televisión lo llaman derecho a la información. En nombre de la Libertad se han cometido muchas atrocidades. En nombre del derecho a la información también.
Las agendas de los medios se conforman por una regla que cruza dos variables: número de víctimas y proximidad de éstas. 10 víctimas en Barcelona es más noticia que 20 que en Luxemburgo. Y 40 en París es más noticia que 60 en Angola. Una inmensa tragedia en Madrid implica, evidentemente, una programación especial de, como mínimo, un día entero y parte del siguiente. Para llenar todo eso se necesita mucho contenido que, en realidad, no existe.
Cuando hay un enemigo definido todo es más fácil porque puedes recuperar imágenes de archivo de ETA o de Osama Bin Laden pegando tiros en el desierto. Puedes poner fragmentos de tal o cual documental, de tal o cual entrevista del pasado. Pero cuando no hay enemigo, las televisiones tienen que echar mano de la imaginación: recordar cuándo ha pasado algo parecido, especular con las razones, telefonear a expertos, mostrar cómo la prensa extranjera se ha hecho eco de la noticia... El problema es que todo eso es demasiado intelectual, son sólo datos y palabras. Y la televisión necesita emoción. Mostremos, pues, el dolor y el asco.
Un pariente que no sabe adónde ir porque nadie le informa vale un punto. Las declaraciones de un bombero diciendo con la voz rota que nunca ha visto nada tan espantoso, dos. Una madre llorando, tirada en el suelo, es un triple desde medio campo. Y unos buenos recursos del avión rodeado de cadáveres es la utopía de la libertad de información, el Nirvana catódico.
La muerte es el mejor espectáculo del mundo, y las televisiones lo saben tan bien como lo sabes tú. Estoy deseando que se instaure la TDT para poder ver muertos en alta definición. Va a ser casi como estar en el epicentro del infierno.
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