En España se hace poco cine negro, y el que se hace no siempre se hace bien. Entre comedias, recuerdos y ficciones de la Guerra Civil y eso que llaman Transición, dramas sociales y amores malditos, hay poco espacio para los mafiosos, las pistolas y los diálogos afilados.
Algunos directores sí han logrado llevar el (segundo) género estadounidense por antonomasia a ambientes de Madrid, Bilbao o Marbella. Gente como Enrique Urbizu, Daniel Calpasoro o Imanol Uribe (el Imanol Uribe de Días contados, se entiende). Pocos más.
Por eso se agradece 25 kilates, la opera prima del guionista Patxi Amezcua. Un tipo inteligente que ha sabido dibujar una trama de policías corruptos, timadores de poca monta y sicarios a sueldo sin caer en estereotipos baratos, violencia gratuita, tacos ni sexo.
Los protagonistas son un treintañero que se define como "un cobrador el frac pero sin frac" y una joven que se dedica a robar coches con un curioso método y que hará todo lo que pueda para salvar a su padre de las balas de los policías.
Como en buena parte del cine negro, los malos son mejores personas que los que defienden la ley. Pero el director tiene el acierto de no convertirlos en héroes maniqueos. Son tipos que les ha tocado vivir en el lado salvaje de la vida: no alardean de ello pero tampoco se quejan, no se compadecen de sí mismos ni intentar salir de ese mundo y buscar un trabajo de 9 a 5.
Lo desconcertante (o no tanto) es que esta película haya pasado desapercibida. Quizá el boom de Celda 211 ha oscurecido su valía. De haberse estrenado el año pasado, quizá la hubieran visto más espectadores.
Cosas que pasan
Algunos directores sí han logrado llevar el (segundo) género estadounidense por antonomasia a ambientes de Madrid, Bilbao o Marbella. Gente como Enrique Urbizu, Daniel Calpasoro o Imanol Uribe (el Imanol Uribe de Días contados, se entiende). Pocos más.
Por eso se agradece 25 kilates, la opera prima del guionista Patxi Amezcua. Un tipo inteligente que ha sabido dibujar una trama de policías corruptos, timadores de poca monta y sicarios a sueldo sin caer en estereotipos baratos, violencia gratuita, tacos ni sexo.
Los protagonistas son un treintañero que se define como "un cobrador el frac pero sin frac" y una joven que se dedica a robar coches con un curioso método y que hará todo lo que pueda para salvar a su padre de las balas de los policías.
Como en buena parte del cine negro, los malos son mejores personas que los que defienden la ley. Pero el director tiene el acierto de no convertirlos en héroes maniqueos. Son tipos que les ha tocado vivir en el lado salvaje de la vida: no alardean de ello pero tampoco se quejan, no se compadecen de sí mismos ni intentar salir de ese mundo y buscar un trabajo de 9 a 5.
Lo desconcertante (o no tanto) es que esta película haya pasado desapercibida. Quizá el boom de Celda 211 ha oscurecido su valía. De haberse estrenado el año pasado, quizá la hubieran visto más espectadores.
Cosas que pasan
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