01 septiembre 2008

Inventar La Habana/1

Es difícil resumir las impresiones recogidas en un viaje de dos semanas. Más difícil aún explicar a grandes rasgos el funcionamiento de un país. Apenas lo entiendo yo, no puedo pretender ponerlo sobre escrito de forma coherente y precisa. Sin embargo, quiero intentarlo, quizá porque al escribir uno comprende mejor lo que escribe; quizá porque así yo me pueda formar un cuadro cabal de lo que viví y vi en Cuba.


El título de este post no es gratuito. El deporte nacional de Cuba es el invento. Busco en la web una definición clara para este concepto difuso y no la encuentro. Cuesta entenderlo. Yo lo hice a los 8 días de viaje, cuando tuve la oportunidad de ser “víctima” de un invento. Me alegré de poder conocer de primera mano lo que había escuchado varias veces, sin que nadie pudiera explicarme en qué consistía.

El invento, inventar, vivir del invento es en definitiva la proverbial picaresca española, adaptada convenientemente a la “delirante lógica del trópico” (como un cubano la definió) y al -esto lo digo yo- delirante sistema cubano actual.

“Cuando el dinero no alcanza, se inventa”. Es la respuesta que dan todos los cubanos cuando se les pregunta por la escasez, por lo bajos salarios, por la cartilla de racionamiento, por la doble moneda. “Se inventa”. Lo dicen con naturalidad, sin ningún remordimiento de conciencia, con una media sonrisa en la boca, gesticulan con la mano, como si fuera algo de sobras conocido, algo que ni se pregunta. Cotidiano, común, natural.

Pero el invento, la mayor parte de las veces es ilegal. Aquí está la clave, el cáncer de todo el sistema. Un cáncer nacido de la necesidad que a la larga, será muy perjudicial para el conjunto de la población cubana. Pero antes de pronosticar, veamos un par de ejemplos de lo que es el invento. El primero procede del blog Generación Y, escrito por Yoani Sánchez, de quien he hablado alguna vez. El segundo es mío.

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Invento uno.

Tiene 28 años y trabaja en la piscina de un hotel, porque su padrastro le compró un empleo en el turismo. Su dominio del inglés es fatal, pero con los dos mil pesos convertibles que le pagó al administrador, no fue necesario hacer la prueba de idiomas. Más de la mitad de las botellas de ron y coca cola que vende en el snackbar, la ha comprado él mismo a precio de mercado minorista. Los colegas le enseñaron a priorizar la venta de su “mercancía” por encima de la que el Estado destina a los turistas. Gracias a ese truco, se embolsa en cada turno de trabajo lo que ganaría un neurocirujano en un mes.”

Su ritmo de gastos se apoya en las ganancias ilegales, así que trata de cumplir y no desentonar en el plano de la “incondicionalidad ideológica”. Es uno de los primeros que llega cuando convocan a una marcha o al desfile del primero de mayo. Entre sus ropas guarda, para cuando haga falta, un pulóver alusivo a los cinco héroes, otro con el rostro de Che Guevara y uno, intensamente rojo, que dice “Batalla de Ideas”. Si su jefe intenta sorprenderlo en el desvío de recursos, se cuelga una de esas camisetas y la presión baja.

Con sus pocos años, ya ha comprendido que no importa cuántas veces pasas la línea de la ilegalidad, siempre que te mantengas aplaudiendo. Unas consignas gritadas en un acto político, o aquella vez que le salió al paso a un “grupúsculo” contrarrevolucionario, lo han ayudado a conservar tan lucrativo empleo. Sus manos, que hoy roban, engañan a los clientes y desvían mercancías estatales, firmaron –hace casi seis años- una enmienda constitucional para que el sistema fuera “irreversible”. Para él, si lo dejan seguir llenándose los bolsillos, el socialismo bien podría ser eterno.

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Invento dos.


Recorrí varias librerías de La Habana en busca de Paradiso, la obra cumbre de Lezama Lima. No estaba en ninguna. Me pareció increíble. ¿Alguien imagina ir a una librería de Madrid y no encontrar una edición, por mala que sea, de El Quijote? En la última, la dependienta me volvió a dar una negativa por respuesta. Al salir, nos dijo a mi compañero y a mí, “Por aquí”. A pesar de que no habíamos comprado nada ni nos habíamos acercado a una estantería, debíamos pasar por delante de la vigilante del local, una mujer con cara de llevar demasiado tiempo aburrida. Al hacerlo, nos llamó; “Querrá registrarnos”, pensé. “Ustedes buscaban Paradiso”, preguntó. La verdad es que no supe que responder. “Yo, casualmente, lo tengo en casa, una edición muy bonita y esta nuevo” Lo guardo por si, bueno, ya saben...”.

¡Eso era el invento! Robar mercancía para venderla de forma particular. A final, resultó que no lo tenía en casa sino en un armario detrás suyo. Y no sólo tenía ése, sino un buen puñado. Ninguno me interesaba. Pregunté por uno de Alejo Carpentier, Viaje a la semilla: no lo tenía, pero si volvía al día siguiente, sería mío, “Creo que una amiga lo tiene en su casa....”.

Por supuesto, la transacción se hizo a plena luz, con el consentimiento de la dependienta; de hecho, fue ella quien nos guió hacia la vigilante, y quien le hizo un gesto que venía a decir, “Éstos son tuyos”.

Con estos dos ejemplos quizá baste para entender qué es el invento. Todo el mundo inventa. Todos saben que el otro inventa. Muchos se ayudan entre sí para inventar. Sin el invento, Cuba se iría al carajo.

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